El antropólogo francés Marc Augé estableció en 1992 la noción de no-lugar para referirse a espacios de tránsito en los que nadie es nadie. El no-lugar no acredita la condición de sujeto ni le atribuye identidad. No existen, en los no-lugares, vínculos del orden que se producen en los lugares llamados antropológicos, históricos o vitales.
Desde entonces se ha divulgado la idea de que, por ejemplo, las habitaciones de hotel, los supermercados, los aeropuertos y las autopistas son no-lugares. Es claro que en general se habla entonces de espacios urbanos en los que el sujeto es desalojado de sí y queda a la deriva en un orden que conoce o creía conocer y que al mismo tiempo es un otro orden que no lo reconoce. Allí es donde nadie es nadie.
A lo largo de 20 años la noción de no-lugar ha ido incorporando o asimilando como tales a otros escenarios.
Los grandes bares son no-lugares.
Los contestadores automáticos son no-lugares.
McDonald's es un único no-lugar con sucursales en todo el mundo.
Los shoppings son no-lugares emblemáticos en los que sólo los espejos de los probadores devuelven como una hipótesis una imagen posible pero irreal de uno mismo.
Y en el primer tramo del siglo XXI, con el vértigo propio de los desarrollos tecnológicos, lo virtual, y la virtualidad, se dibujan como el no-lugar en el que todos nos refugiamos o nos asilamos. Como si los lugares hubieran desvirtuado su naturaleza y una no-identidad fuese lo verdaderamente deseable. Allí, en una no-comunidad, estamos todos.
Twitter es un no-lugar.
Facebook es un no-lugar.
YouTube es un no-lugar.
Google es un no-lugar...
Metáfora traslúcida del hipertexto, de la biblioteca de Babel borgeana, del universo, de lo infinito, de la imposibilidad absoluta de reconocer un centro y un sujeto Internet es hoy el no-lugar por excelencia. Y más:
Internet es el único no-lugar que se construye como el único lugar posible.