293. Sartre y Simone de Beauvoir en Cuba*

El Che Guevara le da fuego a Sartre
1960
          Es así: a veces no hay más remedio que ponerse a buscar y a buscar en cajas donde se guardan infinidad de cosas que ya no se necesitan a mano, cosas incluso de las que uno no se acuerda… Entonces, por ejemplo, buscando una agenda en la que uno copió en otro tiempo un poema de Rilke salta, de golpe, el zarpazo: una foto de 1984, en un bar de Buenos Aires, que reunió a ocho escritores todavía jóvenes que no se reunían habitualmente. Y ya se sabe: cuando de los viejos archivos salta un zarpazo, es sólo el primero. Habrá otros.
          Por eso el segundo no tarda en arañarte el alma. Otra foto. Ahí está. Fue sacada hace 50 años. Algunos jóvenes de 35 para abajo que la vieron en estos días no sabían quién era o había sido el hombre que parece inclinarse para besar la mano del Che Guevara. Es Jean-Paul Sartre y en realidad está encendiendo un habano con el fuego de un encendedor de mesa que le da el Che.
          Sartre, el último intelectual, viajó a Cuba en febrero-marzo y en octubre de 1960 invitado por la Revolución. Fue con Simone de Beauvoir y juntos entrevistaron al Che en su despacho de la presidencia del Banco Central. Eran más de las 12 de la noche porque Guevara trabajaba hasta muy tarde. En los días siguientes, Sartre y Simone recorrieron toda la isla, asistieron al estreno en el Teatro Nacional de La puta respetuosa, obra de Sartre, invitados por Fidel Castro, y escribieron sobre sus experiencias y observaciones en Cuba. El Che Guevara tenía 32 años, Sartre 55 y Simone de Beauvoir 52.
"Puesto que era necesaria una revolución —escribió Sartre—, las circunstancias designaron a la juventud para hacerla. Solo la juventud experimentaba suficiente cólera y angustia para emprenderla y tenía suficiente pureza para llevarla a cabo". El libro se llamó Huracán sobre el azúcar y conmovió a las juventudes de América Latina y del mundo entero.

La escena completa
Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre y el Che Guevara

El Che Guevara moriría asesinado en Bolivia apenas siete años más tarde. Sartre moriría casi veinte años después en París. Antes, sólo cuatro años después de aquel viaje y esta foto, recibiría el Premio Nobel de Literatura y lo rechazaría: una prueba de independencia económica y de soberanía intelectual nunca homologada.
A su manera, mucho antes de morir, Guevara y Sartre habían alcanzado la dimensión del mito. Uno por su coraje revolucionario. El otro por su entereza intelectual. Comprometerse con una causa, en aquellos años, no sólo era natural y una marca de época. Era una forma de estar vivos. De creer en el futuro y en la posibilidad de imaginar un mundo justo.
Hoy, 50 años después, no sólo está mal visto creer en la justicia y en la igualdad: ni hablar del respeto a los muertos y desaparecidos, ni de condenar a golpistas fusiladores. Posiciones de esta naturaleza son acusadas con frecuencia de bien pensantes de izquierda o progresistas, y condenadas por ingenuas.
Ignoran, los liberales, los que viven todo el tiempo de condenar las ilusiones y los deseos de vivir en una sociedad equilibrada, que la justicia social es un bien irrenunciable salvo para quienes no respetan a las mayorías. Pero no se los ve más felices. Más bien todo lo contrario. Están siempre contrariados, ofendidos, aferrados a sus lugarcitos privilegiados y sobornables.
¿Será porque, más allá de alzarse contra gobiernos constitucionales, desestabilizar y poner palos en las ruedas, no tienen en qué creer?
Es así.
Es el problema de abrir cajas con archivos, cartas, agendas, radiografías, postales, cositas que alguien te trajo de un viaje, regalos cargados de recuerdos, fotos…
El tiempo se te viene encima y la memoria de las ilusiones perdidas es la garra que de un golpe te dice que a pesar de todo todavía estás vivo. Y entonces uno tiene que atreverse a confesar que no hay nada como tener ilusiones y que siempre estaremos del lado de la utopía.
Un paseo con Fidel Castro por la Ciénaga de Zapata
   * La primera versión de esta crónica se publicó por primera vez en 2011 en el blog de Eterna Cadencia.

292. Rescate


San Pablo, Brasil, 1900-Medellín, Colombia, 1935
Alfredo Le Pera

     Escritor, periodista, dramaturgo y autor de las letras de muchos de los tangos a los que les puso música y cantó Carlos Gardel murió a los 35 en el mismo accidente de aviones en Colombia en el que murieron Gardel (45) y sus guitarristas. Las nuevas generaciones quizás no recuerden o no conozcan este dato. 
     Le Pera fue un poeta popular en la línea del mejor Joan Manuel Serrat, Jacques Brel, y en el de las sobresalientes rimas de Joaquín Sabina en su primera época.
     La mirada de Le Pera sobre la realidad tiene un acento metafísico y es de un moderado escepticismo que supo aplicar a los temas eternos del tango: el amor, el abandono, la traición, el alcohol y la soledad encuentran con Le Pera una representación conmovedora y  admirable.
     El tiempo ha echado sobre la memoria de Le Pera un manto suave pero constante de olvido, sobre todo en lo que hace a su condición de enorme poeta popular.
     A continuación las letras de tres temas de Alfredo Le Pera.

El día que me quieras
(Canción, 1935)

Acaricia mi ensueño
el suave murmullo de tu suspirar,
¡como ríe la vida
si tus ojos negros me quieren mirar!
Y si es mío el amparo
de tu risa leve que es como un cantar,
ella aquieta mi herida,
¡todo, todo se olvida…!

El día que me quieras
la rosa que engalana
se vestirá de fiesta
con su mejor color.
Al viento las campanas
dirán que ya eres mía
y locas las fontanas
me contarán tu amor.
La noche que me quieras
desde el azul del cielo,
las estrellas celosas
nos mirarán pasar
y un rayo misterioso
hará nido en tu pelo,
luciérnaga curiosa
que verá…¡que eres mi consuelo…!

Recitado:
El día que me quieras
no habrá más que armonías,
será clara la aurora
y alegre el manantial.
Traerá quieta la brisa
rumor de melodías
y nos darán las fuentes
su canto de cristal.
El día que me quieras
endulzará sus cuerdas
el pájaro cantor,
florecerá la vida,
no existirá el dolor…

La noche que me quieras
desde el azul del cielo,
las estrellas celosas
nos mirarán pasar
y un rayo misterioso
hará nido en tu pelo,
luciérnaga curiosa
que verá… ¡que eres mi consuelo!

Cuesta abajo
(Tango, 1934)

Si arrastré por este mundo
la vergüenza de haber sido
y el dolor de ya no ser.
Bajo el ala del sombrero
cuantas veces, embozada,
una lágrima asomada
yo no pude contener...
Si crucé por los caminos
como un paria que el destino
se empeñó en deshacer;
si fui flojo, si fui ciego,
sólo quiero que hoy comprendan
el valor que representa
el coraje de querer.

Era, para mí, la vida entera,
como un sol de primavera,
mi esperanza y mi pasión.
Sabía que en el mundo no cabía
toda la humilde alegría
de mi pobre corazón.
Ahora, cuesta abajo en mi rodada,
las ilusiones pasadas
yo no las puedo arrancar.
Sueño con el pasado que añoro,
el tiempo viejo que lloro
y que nunca volverá.

Por seguir tras de su huella
yo bebí incansablemente
en mi copa de dolor,
pero nadie comprendía
que, si todo yo lo daba
en cada vuelta dejaba
pedazos de corazón.
Ahora, triste, en la pendiente,
solitario y ya vencido
yo me quiero confesar:
si aquella boca mentía
el amor que me ofrecía,
por aquellos ojos brujos
yo habría dado siempre más.

Volver
(Tango, 1935)

Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos,
van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron,
con sus pálidos reflejos,
hondas horas de dolor.
Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor.
La quieta calle donde el eco dijo:
"Tuya es su vida, tuyo es su querer",
bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver.

Volver,
con la frente marchita,
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Sentir, que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en las sombras
te busca y te nombra.
Vivir,
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo,
que lloro otra vez.

Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida.
Tengo miedo de las noches
que, pobladas de recuerdos,
encadenen mi soñar.
Pero el viajero que huye,
tarde o temprano detiene su andar.
Y aunque el olvido que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guarda escondida una esperanza humilde,
que es toda la fortuna de mi corazón.


291. Cartas de Cortázar (y noticias de la generación perdida)*

          A principios de abril de 2011, recibí un mail desde la agencia literaria de Carmen Balcells. Carles Álvarez Garriga y Aurora Bernárdez están preparando una nueva edición corregida y ampliada de la correspondencia de Julio Cortázar y Carles Álvarez me invitaba a incluir las cartas que Cortázar me escribió. Le dije que sí con un estremecimiento. Innumerables mudanzas nacionales y dos internacionales hicieron que perdiera más de una biblioteca y que mis archivos, por llamarlos de alguna manera, se hayan convertido en un motón de papeles y cosas metidos en cajas que no abría, en algunos casos, desde que volví de Barcelona en 1984. La idea clara de que ahora tendría que abrir esas cajas en busca de cartas me puso al borde del vértigo. Algo parecido me pasó hace un tiempo cuando buscando una agenda en la que tenía anotado un poema de Rilke incurrí en el acto temerario y desmedido de abrir una de esas cajas. Traté de contar lo que me pasó en una crónica llamada Archivos.
          Pero lo había hecho. Y volví a hacerlo en busca de esas cartas. No voy a detenerme en todas las otras cosas que encontré ahora. Abrí unas cuantas cajas y después de revolver un poco volví a cerrarlas. La cantidad de cartas que buscaba era considerable. No las de Cortázar, que creía recordar que no eran muchas, sino la cantidad del conjunto. Después comprobaría que guardo unas 60 cartas de Fontanarrosa recibidas entre 1976 y 1984 y más de 40 cartas de Osvaldo Soriano escritas primero en Bruselas y después en París. Así que llegué por fin a la caja de las cartas. Y cuando la abrí lo primero que pensé fue que a simple vista eran más de las que yo creía; que se destacaban los sobres de Argentina, España y Francia; y que estaba ante una especie de itinerario que hablaba, seguro, de la amistad, de la política, de la literatura, del amor, del fútbol, de los reproches y del exilio.
          No sólo estaban las cartas de Cortázar (que también eran más de las que creía), las de Fontanarrosa y las de Soriano. Había más, unas cuantas más, y  encontré cartas, por ejemplo, de Carlos Dámaso Martínez, Beatriz Sarlo, Fogwill (que en algunos sobres le escribía a Juan Carlos Martini Deal), Horacio Armani, José Pablo Feinmann, Angélica Gorodischer, Rafael Ielpi, Hugo Diz y Rafael Bielsa.
          No estaban en un orden riguroso pero las de un mismo remitente no habían quedado demasiado lejos unas de otras, como si a la hora de guardarlas allí las hubiera ordenado un poco. Entonces llegué, después, a un lote con cartas de Humberto Costantini, Mempo Giardinelli, Tomás Eloy Martínez, Saúl Sosnowski, Oscar Masotta, Carmen Balcells, Esther Tusquets, Jaime Salinas, Rosa Montero, Ugné Karvelis, Severo Sarduy, Ariel Dorfman, César Fernández Moreno y Juan José Saer.
          Casi al final, como si el azar o una premonición las hubieran reunido, encontré también cartas de los escritores que hoy en España forman parte de la llamada generación perdida: Daniel Moyano, Antonio Di Benedetto, Héctor Tizón y David Viñas.


          Me sentí raro: al mismo tiempo abrumado y a salvo. Si se puede decir que pasé más de 25 años sin acordarme de esas cartas también se puede decir que de algunas ya no me acordaba. Pero allí estaban, como la sorpresa y la desolación. ¿Qué era todo eso? ¿Una red de correspondencias que en algún momento había armado un sistema de vínculos y en otro momento lo había desarmado? ¿Qué nos decíamos en todas esas cartas? ¿Qué había de perdurable en ellas y qué de pasajero, de provisorio, de circustancial? Nada como un exilio masivo para poner en evidencia la intemperie.


          En aquellos años todavía quedaban papel de avión, sobres con los colores de origen en los bordes, y estampillas. Había buzones y carteros. Cartas normales, certificadas y expresos. Todo un aparato, en definitiva, que entraría de golpe, a fines de los ’80, con el correo electrónico en particular y con la tecnología en general, en su ocaso. Por eso las cartas, hoy, son antigüedades, muestras de otro tiempo, soportes de géneros literarios en mutación… Tanto que uno, frente a 600 o 700 cartas recibidas más de 25 años atrás, de repente es otro. Es decir, no el que es hoy sino el otro que fue en otro momento. Alguien del que se sabe casi todo y al mismo tiempo no se sabe casi nada.


          ¿Había, hay, en todas esas cartas algo que hable de uno, ayer y hoy? ¿Algo que diga algo de nosotros que haya llegado desde entonces hasta hoy? ¿Qué decían, que dicen esas cartas? En este momento no puede dejar de decirse que eran, la mayoría, cartas escritas en el exilio o en esos años. Afuera, los escritores teníamos tres temas principales y los tres atravesados por la precariedad: la necesidad de trabajar y de ganar el dinero necesario para sobrevivir; la decisión final sobre adónde quedarse a vivir y durante cuánto tiempo; y el deseo de seguir publicando nuestros libros. Este último punto estaba vinculado a otro: ¿qué hacer con nuestro lenguaje argentino en otros países de lengua castellana? Este punto llama la atención. Porque ya América Latina y España habían leído casi todos los libros de los novelistas del boom, sin ir más lejos, sin ninguna corrección porque nadie necesitaba traducción de la chingada, fregado o cojer. Pero era como si en rigor se hablara del temor a perder, en la distancia, la lengua. Entonces me fui a las últimas cartas que encontré, y en ellas comprobé que este asunto estaba presente en todas.


          David Viñas, hablando de las pruebas de Hombres de a caballo, decía en julio de 1980: Además, mi querido Martini (y no puedo menos de declararlo) está el asunto de nuestros verbos, vesrres, lunfardos y demás peculiaridades ríoplatenses: ¿qué pasará con los linotipistas primero y con los correctores después? ¿Se academiza la cosa, se la agayega, se le pone almidón y se la plancha? No sé. Como se dice por ahí: Una duda cruel, etc... (sic) ¿Qué forma habrá de poner un ojo alerta? De que la cosa no nos resulte Arlt pasado por agua. Apenas si le transmito mi inquietud. Y usted me entiende.
          Héctor Tizón, hablando sobre mi novela La vida entera, escribía en junio de 1981: Es curioso cómo el libro, escrito en España, para que se lea en cualquier parte, conserva lo mejor, la esencia, de nuestra narrativa; y no me refiero, obviamente, al tema, a lo que se cuenta, ni siquiera al ambiente, sino a cómo está contado. Esto es también un aliciente para todos los que escribimos “desde afuera”, y, quizá por esta razón -que me pesa- ponga tanto el acento en esto. (El subrayado y las comillas son de Tizón).
          Por su parte también Daniel Moyano hablaba de esa novela en julio de 1981 con la inquietud puesta en la tierra y el tiempo del destierro: Viejo: acabo de leer “La vida entera”. Me ha dejado pasmado. Tenés un maravilloso instrumento de expresión. Un cordobés de allá diría: “lo hace trapo”. Y al lector también. Me gustaría hablar largo y tendido con vos sobre este libro. No sé cuándo ni dónde.”
          Y por último Antonio Di Benedetto, que al referirse a las pruebas de la antología Caballo en el salitral, se explayaba en agosto de 1980: He procurado clarificar un tanto el vocabulario para el lector español, sin dar la espalda a mi potencial lector argentino o latinoamericano. Con tal criterio he sustituido algunas voces. Ejemplo: No “saco”, que aquí sugiere “bolsa”, sino chaqueta, dicción que no es extraña al argentino, ¿verdad?, ni podría ser acusada de españolísima o privativa de España.
          Aunque yo invierto, en general, no muchos argentinismos, al releer “As” tuve la inclinación de instalar, al final del libro, por ese cuento y por una que otra palabra de otros, un vocabulario de argentinismos y regionalismos. Desistí de hacerlo espontáneamente, por la experiencia de que a mí me resulta causa de fastidio y distracción interrumpir la lectura de una narración para acudir páginas adelante a la pesquisa del significado muy preciso de alguna palabra. Más porque las escasas manifestaciones de argentinismo y regionalismo (sic) que contienen estos cuentos me parece que resultan transitables en cuanto se atiende al contexto.
          Entre 1980 y 1981 Tizón, Moyano y Di Benedetto estaban en Madrid; Di Benedetto viajaba desde ahí a Estados Unidos y a países latinoamericanos para dar conferencias en universidades; y Viñas, antes de radicarse en México, pasó en aquel tiempo una temporada en El Escorial. El más conocido en España era Di Benedetto, que había publicado unos años antes Zama en la primera época de Alfaguara cuando la dirigía Jaime Salinas. El 20 de abril de 2011, en una nota del diario El País dedicada a la reedición en un volumen de Zama, El silenciero y Los suicidas en la editorial peninsular El Aleph con prólogo de Juan José Saer, el periodista Javier Rodríguez Marcos vinculó a Di Benedetto con Viñas, Tizón y Moyano. Di Benedetto y Moyano murieron relativamente jóvenes. Viñas a los 81 años. Y Tizón vive.
         El periodista de El País no tuvo vacilaciones metodológicas: los llamó, de entrada, la generación perdida.
   * Esta crónica se publicó originalmente hace dos o tres años en el blog de Eterna Cadencia.

290. Barcos abandonados

Panagiotis
 En 1982 el barco, que transportaba tabaco de contrabando, chocó contra las rocas de la playa conocida como la cueva de los contrabandistas, en Grecia, y desde entonces permanece allí.

Jian Seng
En 2006 se descubrió este buque de carga abandonado en las costas de Australia. Hasta ahora no se ha encontrado mayor información sobre él.

Murmansk
El 24 de diciembre de 1994, y de forma accidental, llegó el barco ruso, Murmansk a las costas de Noruega, convirtiéndose de inmediato en un imán para los turistas. Recientemente el gobierno decidió retirarlo.

Baychimo
El barco, que tenía su base en Vancouver, se quedó atrapado en el hielo de Alaska en 1931, una repentina tempestad liberó al Bachymo. Luego de que su tripulación abandonara el barco en un viaje de descarga, este desapareció y desde entonces ha sido avistado numerosas veces en distintos sitios.

Cementerio de barcos
En la bahía de Nouadhibou, Mauritania, se encuentra el mayor cementerio de barcos en el mundo. Son en total 350 barcos procedentes de diversas partes del planeta. La mayoría conserva intacta su estructura lo que han servido para que mucha gente construya sus viviendas en ellos.

BOS 400
La grúa flotante BOS 400 encalló en la costa de Cabo Buena Esperanza en Sudáfrica en 1994.

Kamchatka
Otro cementerio de barcos pero en Rusia. El mar permanece congelado la mayor parte del año y se pueden apreciar varios cascos de barcos y submarinos.

289. Los tipos se conocieron

1991
Una charla entre Steve Jobs y Bill Gates.
Después Internet, las computadoras, los sistemas operativos y los teléfonos, como mínimo, cambiaron el mundo.

288. Inundación

1930
Después de un temporal vecinos de la calle Nuñez, en el barrio de Saavedra, desagotan el sótano.
Lo que va de ayer a hoy.

286. Músicos

Titanic
Quiere la leyenda que mientras el Titanic se hundía en su viaje inaugural, el 15 de abril de 1912, la orquesta siguió tocando.
Más allá del mito se ha logrado comprobar que estos siete hombres (eran ocho en total), entre los cuales se identifica el contrabajo, lo hicieron efectivamente hasta que el barco terminó de hundirse.
Ellos son de arriba a abajo y de izquierda a derecha: Fred Clarke y P.C. Taylor. En el centro: G. Krins, Wallace H. Hartley y Theodore Brailey; abajo: Jock Hume y J.W. Woodward. Roger Bricoux, no está en esta fotografía.


Sobre un total de 2.932 personas a bordo entre pasajeros y tripulación sólo sobrevivieron 711, es decir, apenas el 24%

285. Historia del Fragmento (II)

Fragmento de roca de cuarzo

*

"Al tercer día de su estada y antes de que fuera necesario examinar lo escrito por él, la prisa por completar un trabajito que tenía entre manos, me hizo llamar súbitamente a Bartleby. En el apuro y en la justificada expectativa de una obediencia inmediata, yo estaba en el escritorio con la cabeza inclinada sobre el original y con la copia en la mano derecha algo nerviosamente extendida, de modo que, al surgir de su retiro, Bartleby pudiera tomarla y seguir el trabajo sin dilaciones.
En esta actitud estaba cuando le dije lo que debía hacer, esto es, examinar un breve escrito conmigo. Imaginen mi sorpresa, mi consternación, cuando sin moverse de su ángulo, Bartleby, con una voz singularmente suave y firme, replicó: Preferiría no hacerlo".
(Herman Melville, Bartleby. Traducción de Jorge Luis Borges).

*

El escritor que ha trascendido cada tanto debe ser olvidado. Algo así como un espasmo de la memoria. Para después rescatarlo. Y volver a olvidarlo. Y así.

*

El escritor que es recordado ininterrupidamente, siempre, se convierte en un clásico. Y la función social de los clásicos es transformar a las obras en mitos. El mito reemplaza a la obra, que se vuelve ilegible. Por eso desde entonces se recordarán los mitos y no las obras. Ya no hace falta leerlas para saber de qué se tratan.

*

Esto es una novela
3
Él es un hombre normal, como todos: nada en su aspecto revela ninguna singularidad. Alto, delgado, anguloso, algunas mujeres lo consideran atractivo. La primera noche casi no puede dormir. Oye el ruido del mar pero no lo entretiene. Tiene la cabeza en otra cosa.
Mientras tanto la recepcionista, cuando han llegado todos los jugadores de poker que participarán en el torneo, ya ha resuelto que ese hombre normal y tranquilo es el que necesita para cumplir su propósito.

*

 El peligro más grave que acecha a un escritor como Kafka es su probable conversión prematura en un clásico. Hay que leer a Kafka antes de eso.
Ya todo el mundo sabe, sin leerlo y aunque no pueda describirlo con precisión, qué es una situación kafkiana. Esto es una advertencia de lo que le espera, y sobre todo de lo que le espera a corto plazo.
El día que Kafka sea un clásico se recordarán sus grandes líneas, pero no las breves, que son las mejores y por las que sin dudas trasciende.
Sería lamentable que le sucediera lo que le pasó a Herman Melville, recordado por un libro interminable y sin sentido más allá de los sentidos alegóricos, Moby Dick, y de quien se han olvidado sus relatos breves, por ejemplo Bartleby (1853), o Las encantadas (1854), crónicas de un viaje por islas del Pacífico y a veces considerada también una novela breve.
Melville murió absolutamente olvidado en 1891 y sólo casi 30 años después su figura empezó a rescatarse hasta que Borges lo considera un precursor de Kafka precisamente por Bartleby.
Y aunque lo parezca, esto no es una contradicción.

*

Esto es una novela
4
Listo: ya las cosas están planteadas de una manera casi aristotélica. Estamos en el principio de la novela, tenemos a los dos personajes principales, y se entiende que algo sucederá entre ellos.
A partir de aquí el lector puede seguir escribiendo la novela solo o imaginársela como se le dé la gana.

*

Un escritor no debe tener un nombre que cuidar.

*

Esto es una novela
5
Se agrega: él no ha ido a ese hotel precisa o solamente para jugar al poker.
Él busca algo.

*

284. ABC del creador del pasicoanálisis

Příbor, República Checa, 1856-Londres, UK, 1939
Sigmund Freud
En base a la asociación libre y a la interpretación de los sueños Freud desarrolló un tratamiento para las neurosis que dio en llamarse psicoanálisis y que tuvo una enorme influencia social y cultural en el siglo XX. Hoy las terapias breves y los desarrollos de las neurociencias parecen poner contra las cuerdas las enseñanzas de Freud que incluso intentó definirlo como una ciencia.
En los años '60 el francés Jacques Lacan retomó la prédica de Freud, la redefinió y estableció una práctica clínica ortodoxa que resultó casi intolerable para los pacientes. Esto contribuyó a la caída del psicoanálisis en los últimos tramos del siglo pasado.
En honor de su fundador se llamó «Freud» a un pequeño cráter de impacto lunar que se encuentra en una meseta dentro de Oceanus Procellarum, en la parte noroeste del lado visible de la luna.
Y para decirlo todo, es interesante recordar que Harold Bloom incluye a Sigmund Freud en su celebérrimo "El canon occidental": pero lo incluye como ¡escritor! entre los 23 que elige desde Dante hasta los años '80 del siglo XX para explicar la escritura moderna. Dice Bloom, entre muchas otras cosas: "Shakespeare es el inventor del psicoanálisis; Freud su codificador [...] Obviamente estoy hablando aquí de Freud el escritor, y considerando el psicoanálisis como literatura".
Punto final: es sabido o casi sabido que Freud no curó a ninguno de sus pacientes, ni siquiera a los que le permitieron establecer la esencia de la histeria, de la obsesión y de los sueños, como Anna O., Dora, y el hombre de los lobos.

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He aquí la gran incógnita que no he podido resolver, a pesar de mis treinta años de investigación sobre el alma femenina: ¿Qué es lo que quiere la mujer?

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Cada uno de nosotros tiene a todos como mortales menos a sí mismo.

*

Cualquiera que despierto se comportase como lo hiciera en sueños sería tomado por loco.

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El primer humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una piedra fue el fundador de la civilización.

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He sido un hombre afortunado en la vida: nada me fue fácil.

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La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas.

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 En todo ser humano hay deseos que no querría comunicar a otros, y deseos que no quiere confesarse a sí mismo.

*

La civilización está permanentemente amenazada por la desintegración debido a la hostilidad primaria del hombre.

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La incapacidad para tolerar la ambigüedad es la raíz de todas las neurosis.

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La religión es una ilusión que deriva su fuerza del hecho de que satisface nuestros deseos instintivos.

*

La voz del intelecto es callada, pero no ceja hasta conquistar una audiencia y, en última instancia, después de interminables repudios consigue su objetivo. Es éste uno de los pocos aspectos en los que cabe cierto optimismo sobre el futuro de la humanidad.

*

Los buenos son los que se contentan con soñar aquello que los malos hacen realidad.

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Lo mejor es enemigo de lo bueno.

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¡Menudo progreso hemos logrado! En la Edad Media, me hubieran quemado. Ahora les basta con quemar mis libros.

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Sería muy simpático que existiera Dios, que hubiese creado el mundo y fuese una benevolente providencia; que existieran un orden moral en el universo y una vida futura; pero es un hecho muy sorprendente el que todo esto sea exactamente lo que nosotros nos sentimos obligados a desear que exista.

*

Todo chiste, en el fondo, encubre una verdad.

*


Uno puede defenderse de los ataques; contra el elogio se está indefenso.

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