Ella lo había citado allí.
Al mediodía es un lugar tranquilo. Tipo doce y media, le había dicho.
Él sabe que al mediodía Hermann es un restaurante tranquilo. Vive a media cuadra, cruzando la calle Armenia, y va con frecuencia a almorzar o a comer. A la noche no es tan tranquilo. Lo más probable es que se llene, y que haya algunas mesas con cinco o seis personas que hablan en voz alta.
Los que permanecen inalterables son los mozos, al mediodía y a la noche: no se inquietan, no se les mueve un pelo, como se dice, y hacen su trabajo con idéntica tranquilidad y eficacia.
Ella, quizás, no debe saber esta casualidad, por llamar a lo fortuito de alguna manera: que él vive a media cuadra de Hermann. Pero ya es casi la una y él, que no ha pedido ni siquiera las tostadas que pide siempre para soparlas en aceite de oliva con un poco de sal, empieza a sentir hambre. Le había parecido que si ella lo encontraba comiendo tostadas podría considerarlo una descortesía.
Sin embargo es claro: dar una cita y llegar media hora tarde también es una descortesía. Así que pide sus tostadas, una botella de agua con gas y un poco de hielo.
Un poco después, por fin, encarga un filet de merluza a la romana con una papa hervida. Y come. Lo hace con calma, sin advertir ninguna perturbación por la ausencia de la mujer que lo había citado, por el plantón que le infligió, por haber anulado la cita que le había dado sin avisarle.
Cuando elige otra tostada busca que no esté quemada ni del derecho ni del revés y le quita la corteza posterior. Después, cuando termina de comer, reúne esos restos y los pone en la fuente de la comida que pidió o en su plato.
Ahora son unos minutos antes de las dos cuando se va de Hermann, cruza la calle Armenia bajo un sol blanco, camina menos de media cuadra y llega al edificio en el que vive: un Tudor de 1930 que se ha invisibilizado entre kioscos de cigarrillos y kioscos de flores, árboles, y un par de edificios lamentablemente modernos que lo flanquearon.
Sube hasta su departamento.
En el contestador automático del teléfono encuentra un mensaje. Por el número que le da el sistema, sobre todo por los últimos cuatro números, que son los que recuerda, sabe que quien ha llamado es la mujer que le había dado una cita en Hermann para almorzar. El llamado fue realizado a las 12.38 horas.
No lo escuchó.
Encontró un porro al que todavía se le podían sacar un par de pitadas más. Lo encendió y lo terminó. Después se recostó en la cama, con la cabeza y las piernas sobre almohadones, y se quedó dormido.
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Anexos
En los primeros tramos de "Hermann" se adopta una cierta lógica del realismo. No el género en sí mismo puesto que el género induce a confusiones y, sobre todo, a tomar por real aquello que por definición, la ficción, no lo es. Adoptar de alguna manera una lógica realista es más flexible y suavizará los efectos de identificación. Se verá.
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El aceite de oliva, en Hermann, es Yancanelo y se elabora en San Rafael, Mendoza. A veces, él, cuando se da cuenta de que el gusto de este aceite le produce placer, piensa que no es el que usa en su casa. Para prepararse spaghetti con aceite y ajo, por ejemplo, él usa Lira, Lira Clásico, elaborado por Molinos sin ninguna mención a la provincia de Mendoza en los envases.
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El tema del aceite de oliva, que continuará, así como algunas observaciones de rasgos sesgados y pulcros del personaje producen, podría pensarse, un deslizamiento hacia modos del mal llamado objetivismo o, mejor, del nouveau roman, la última vanguardia narrativa del siglo XX, sobre todo en algunas novelas Alain Robbe-Grillet.
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