38. Apostillas III

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   Vida Real 3.0 es, para decirlo de alguna forma, una novela de este siglo, que es el siglo del fin de la novela tal como la conocimos hasta el siglo pasado. Lo es desde su primera entrada y lo seguirá siendo hasta la última. Estamos hablando, es claro, de una combinación.
   El costado anecdótico de la novela comenzará en una muy próxima entrada, "Hermann I", y seguirá por ahí. Todos los otros perfiles, a su vez, continuarán por sus andariveles. Y aspira, por fin, Vida Real 3.0, a conformar una unidad, una entidad, un único cuerpo en el que lo real y lo no-real armen un tejido, una urdimbre, inseparables.

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Durante años, a partir de la publicación de mi primer libro de cuentos, guardé todas las reseñas, comentarios, gacetillas y demás yerbas que se publicaban. Después uno entiende que lo único que importa es qué dira tu necrológica. Y que no la vas a leer.

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Carece de toda importancia lo que los profesores de literatura, los así llamados críticos literarios, y los auto proclamados periodistas culturales, además de otros escritores, digan de tus libros.

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Uno ni siquiera escribe para la posteridad. Uno escribe para no morir de escepticismo.

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Por acá tenemos un considerable respeto por J.M. Coetzee, uno de los muy pocos Premios Nobel (2003) otorgado con algún principio de justicia. También por Kenzaburo Oé (PN 1994). Y por Samuel Beckett (PN 1969).

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Particularmente abominables fueron los Premios Nobel a Gabriel García Márquez (1982), a Camilo José Cela (1989), y a Mo Yan (2012).

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Y de una gran dignidad por parte de los autores es el hecho de que no hayan sido marcados por el Premio Nabokov, Borges, Graham Greene, Onetti y Marguerite Duras, entre otros.

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En cualquier caso asignarle el valor que sea al Premio Nobel no sirve para absolutamente nada más que para multiplicar una especie de populismo ignorante aplicado a la literatura.

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Es interesante constatar que los profesores de literatura que se autoconsideran intelectuales iluminados ejercen la censura en sus cátedras, se equivocan en la interpretación de textos, se aferran a sus silloncitos académicos como la señora sentada de la historieta de Copi, y terminan escribiendo en contra de instituciones democráticas y sobre las ovejas de las Malvinas.

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Todos estos dictaminadores consideran intolerable que les señales sus errores cuando ellos te han incluido en sus tristes cánones y desde entonces te borrarán de los programas, hablarán pestes de tus libros o harán silencio tratando de hacer creer que no existís. Y nunca faltará el cínico que te acusará de resentido.


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