En los últimos años del siglo XIX el florecimiento de la minería y los yacimientos de plata en Bolivia determinaron la necesidad de ferrocarriles. El primer tren llegó desde Chile al pueblo de Uyuni -en el altiplano del sudoeste de Bolivia a unos 3.800 metros de altura sobre el nivel del mar- en 1890.
El paulatino vaciamiento de las minas fue dejando en vías muertas centenares de locomotoras estadounidenses y británicas en el desierto de Chug y a dos pasos del salar y de la mayor reserva de litio del mundo que están muy cerca del pueblo.
El clima de la región y el paso del tiempo hicieron el resto. Y allí están, en la vía, incontables toneladas de hierro oxidado y en descomposición como en un panteón de lo que alguna vez fue, en Bolivia, el progreso.
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