158. Apostillas: ¿Quién es el lector? *

Gustav Adolph Henning: Muchacha leyendo, 1828.

* El lector es el otro, pero es el otro más volátil porque es inimaginable. No conocemos a nuestros lectores, y cuando se nos presentan o nos los presentan dejan de ser uno de nuestros lectores porque lo que dicen sobre nuestros libros es algo que no sabemos o que sabemos demasiado pero que no queremos o no podemos saber. No es un juego de palabras. El lector es una incógnita, desde el principio hasta el fin, y no podemos saber qué piensa de nuestros libros. Cuando un lector nos dice que le gusta algo que hemos escrito sale de inmediato del sistema literario para entrar a formar parte de un sistema sentimental.

* Creo que nunca supe bien para quién escribía, que nunca supe bien quiénes habían leído mis libros, y, menos aún, qué efectos tienen los lectores sobre los libros. A veces he pensado que si uno cree saber para qué lectores escribe -hay escritores que creen que lo saben- lo más probable es que uno escriba condicionado por esa idea de los lectores. Mis libros están condicionados por mí, pero más allá de eso son completamente independientes. Y por eso mismo inadecuados.

* De todas maneras uno siempre, desde el principio hasta hoy, desea que lo que escribe le guste a los lectores. Dicho de otra manera: los lectores existen antes que nuestros libros y no sabemos quiénes, de todos ellos, los leerán. Y sobre todo no sabemos, nunca podremos saber, si la acción de los lectores pondrá a nuestros libros en algún lugar o en ninguno (poco importa, por supuesto, lo que el lector haga con ellos en el interior de su propio sistema personal: que los robe, que los regale, que los ponga en la biblioteca o los tire a la basura; sólo importa qué será de los libros después de que los lectores hayan hecho algo con ellos en el sistema literario, constituido básicamente para el lector por la prensa cultural, la opinión pública, las librerías, la vida cotidiana y, hoy, las redes sociales). Casi siempre descubrimos que, al final, del camino, seguimos sin saber nada sobre el lector. O sobre esa clase de lector social que incide en algunos resultados pero no en otros.

René Magritte: La lectora sumisa, 1928.

* Saer decía en 1968: Nunca pienso en los lectores cuando escribo, pero sin lectores una obra literaria no es nada. A diferencia de un trabajo científico que posee cierta objetividad, cierta necesidad incluso, hasta que su obra no es reconocida por otros en forma libre y desinteresada, el escritor no sabe si sus búsquedas son meros caprichos o veleidades o si son señales que poseen un sentido reconocible desde el exterior.

* De acuerdo: mientras se elabora el proyecto en el que vamos a trabajar y después, cuando lo escribimos, uno no piensa en los lectores. Si cumplida esa etapa uno busca la publicación del trabajo entonces aparece, primero el problema del lector, y después el problema de la circulación del libro, el problema de su olvido o salvataje: un libro puede ser deficitario en cuanto a explotar su propio valor y sólo un salvataje externo, casi siempre producido por otra clase de lectores (lectores especializados), podría rescatarlo de la marea. Eso, al menos, es lo que creen muchos escritores. Otros creen, simplemente, que sus libros están a la deriva desde su aparición en el mercado y siempre estarán así, o peor. (Por eso -sigue Saer-, deliberadamente, hago muy pocos esfuerzos para divulgar mis libros, porque creo que su reconocimiento debe ser espontáneo y venir de los otros para estar un poco más seguro -no mucho en realidad- de su valor objetivo). La confianza de Saer no le dio muchos resultados durante largos años. Pero tampoco podemos estar seguros de que al final de su vida haya sabido acerca de su obra algo más de lo que sabía al principio. Y en casos así no hay críticas, ensayos ni tesis que te consuelen. La soledad sigue siendo la soledad.

* El escritor iletrado (es decir, el escritor que no salió de la Facultad, el escritor a salvo del deber ser del sistema académico) cuenta de entrada con el desprecio corporativo de las cátedras y con una sostenida ausencia en el canon con que esas cátedras dicen que enseñan lo que menos les gusta. O sea, literatura. Hay profesores que no hacen programas sino un índex expurgatorio. A partir de ahí algunos autores y libros son exhibidos en contra de otros. Es la única legitimidad que reconocen las cátedras. Curiosamente, ese lector, para el escritor, es real o se le presenta como real: de él depende, más o menos, que uno sea un escritor de prestigio, de culto, de masas o de mierda. Y no habrá apelaciones: no se sale del índex por mérito propio

Balthasar Klossowski de Rola, detto Balthus: Katia leyendo, 1976.


* Mientras tanto, en la soledad en la que se escribe, el escritor es y será siempre alguien que escribe para otro. Alguien que necesita indisolublemente al otro para ser quien es. La parodoja es el abismo que nos separa. A este lector uno le atribuye cierta inocuidad que por supuesto no tendrían los lectores especializados. Como si en algún lugar, real o no, existiera una garantía de algo. Los términos de cualquier ecuación social no son, necesariamente, higiénicos ni justos.

* Si pienso entonces en mí como lector y me pregunto qué clase de higiene o de justicia rige mis vínculos con los libros y con los autores que leo vemos muy rápido que la respuesta es decepcionante. Soy arbitrario, exigente, intolerante... Pero al mismo tiempo apasionadamente incondicional. Si un libro me gusta haré por ese libro todo lo que esté a mi alcance para que se lea, y el autor, si se entera, no verá en mí a un lector sino a un fanático, un tipo nada disciplinado que no sabe cómo hacer las cosas. Por eso me parece que leo cada día más. Pero no me jacto. También como lector se puede fracasar.
* La primera versión de esta Apostilla se publicó en el blog de Eterna Cadencia.

3 comentarios:

  1. Los lectores, sobre todo los laicos, es decir los que no provenimos del establishment literario, rara vez conocemos a nuestros escritores. Cuando eso ocurre, el escritor es otro, un otro radical, porque nunca coinciden el libro leído con el escrito, ni la persona del escritor con el escritor de "mi" libro. En cuanto a fracasos como lectora, he tenido y tengo muchos. En cuanto a éxitos,el que más placer me provoca, es el no ser la misma toda vez que releo cualquiera de los cuentos de Bestiario, o las novelas de Mc Cullers o de Bowles.

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  2. Te sugiero también la lectura de los Cuentos completos de Flannery O'Connor (Editorial Lumen).

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