Antonio Tejero, España 23 de febrero de 1981
Los años intermedios
Alfredo Astiz, secuestrador, torturador y asesino se rinde en las islas Georgias del Sur
La guerra
* Y así, tan lenta y tan vorazmente como en todas las circunstancias, pasaron los años del exilio. Cuando terminaron me dejaron algo más, algo que no tenía antes: otra ciudad. Barcelona pasó a estar inscripta en mi vida como una marca indeleble, tanto como Rosario y como Buenos Aires. Me traje de vuelta una historia inesperada antes de irme y el amor por calles, bares, amigos y viajes que no se repetirían nunca más con el mismo signo. Colaboré con la Casa Argentina en Barcelona, formé parte de Amnesty International, escribí para publicaciones diversas y participé en actividades propias del destierro. Pero más allá de las denuncias nunca tuve una actitud gremial ni trabajé de exiliado. Lo dijo, como tantas otras cosas, T.W. Adorno: un escritor tiene la posibilidad de encontrar adonde sea que vaya una patria. La lleva en la lengua y la funda en su escritura.
*
En 1977 el gobierno de Adolfo Suárez legalizó el Partido Comunista y los
festejos cruzaron España. A Barcelona llegaron Santiago Carrillo (Secretario
General), Dolores Ibárruri (la Pasionaria) y el poeta Rafael
Alberti. No cabía un alma más en el estadio cerrado del F.C. Barcelona (Palau
Blaugrana) y era raro estar ahí, para mí, mirando flamear incontables banderas
rojas y cantado, como canté por primera y última vez, “La Internacional”. El
fuerte perfil republicano de Catalunya había estado en silencio demasiado tiempo:
los militantes comunistas pertenecían al Partido Socialista Unificado de
Catalunya (PSUC) y los socialistas al Partido Socialista Obrero Español (PSOE)
y entonces la democracia estalló como una fiesta en las calles.
*
En 1978, subiendo la cuesta, llegué por fin a un departamento en la calle del
Putxet. Desde la Plaza Lesseps, donde había alquilado el primero, pasé a
otro en la calle de Escipión, tres cuadras más arriba, y después terminé de
llegar al tramo más alto y empinado de la calle. Dos edificios más
allá seguía viviendo el Beto C., en la esquina estaba el bar que todas las
noches reunía al barrio, y la calle entera -elegida algunos años antes por los
músicos de la Nova Cançó, Raimon, Serrat, Enric Barbat, Guillermina Motta
y María del Mar Bonet, como el sitio cool para vivir- albergaba ahora también a
un puñado de argentinos exiliados. En 1978 los músicos acababan de mudarse,
pero de vez en cuando cantaban en Zeleste, un bar en la calle de la Platería en
el casco antiguo de la ciudad.
*
El Beto C. ya trabajaba en Iberhospitalia que, como su nombre casi lo indica,
fabricaba hospitales en África. Nada podía parecerme entonces más natural que
eso: un arquitecto argentino empleado en una empresa española que construía en
África... O acompañarlo al Coque Bianco a buscar su auto retenido en algún
corralón municipal cargando con una batería de repuesto, pagar la multa, subir
al Tibidabo, tomar unas cervezas y regresar con el jean agujereado por algunas
gotas de ácido que la batería había ido perdiendo... La idea, o el sentimiento,
era lo más lejano posible de cualquier cosa parecida al esnobismo o a la
tontería: se trataba de otras maneras de vivir y yo me iba adaptando casi sin
darme cuenta a protagonizar una transición desde la dictadura a la democracia,
a asimilar de la misma manera una calidad de vida creciente, y a conocer modos
de estar en el mundo diferentes de los que había conocido.
*
Pero de pronto hubo un sacudón que advirtió a España entera. El 23 de febrero
de 1981 Antonio Tejero, un teniente coronel de la Guardia Civil, asaltó el
Congreso de los Diputados en contra de los separatismos y del terrorismo y con
la exigencia de poner al frente del gobierno al general valenciano Jaime Milans
del Bosch. La zozobra duró cerca de un día. Pero a la una y veinte de la mañana
del 24 de febrero el Rey Juan Carlos, a distancia todavía del liberalismo y la
decadencia que hoy lo caracterizan, anunció que no toleraría ningún ataque al
orden constitucional. La reducción de Tejero ya era cuestión de horas pero la
angustia que se apoderó de las mayorías democráticas no se disolvió hasta el
final.
*
El exilio argentino llevó a las principales ciudades españolas a médicos,
dentistas, abogados, arquitectos, psicoanalistas, escritores y gente de todos
los oficios. Si los dentistas sobresalieron de inmediato con sus tratamientos
para recuperación de encías (endodoncia) y los psicoanalistas encabezados
primero por el lacanismo ortodoxo de Masotta y después por representantes de
otras escuelas o instituciones democratizaron los divanes, los abogados
tuvieron que aprenderse de memoria un inmenso cuerpo jurídico y legal. Pero una
de las cosas que descubrieron fue que el famoso certificado de residencia que
las autoridades no le daban a nadie se conseguía -también- si se demostraban
dos años ininterrumpidos de “residencia” en España con cualquier cosa
razonable: recibos de alquiler o servicios, resúmenes bancarios, testigos,
etcétera. Y ese fue el primer paso para llegar muy rápido a la habilitación
legal para solicitar la nacionalidad española. De modo que muchos volvimos a la
Argentina con el pasaporte de lo que sería, menos de diez años después, la
Unión Europea.
* Así
fue también cómo en las elecciones generales del 28 de octubre de 1982, y ya
munido de la doble nacionalidad, decidí votar. El voto en España no es
obligatorio. Aquel día Felipe González, Secretario General del PSOE, obtuvo el
48% de los votos y una mayoría parlamentaria formada por 202 diputados. Era
raro sentirse parte de la política española y raro, en ese momento, pensar en
volver cuando la previsible y consumada derrota en la Guerra de Malvinas
enrarecía más el futuro otra vez incierto del país.
Alfredo Astiz, secuestrador, torturador y asesino se rinde en las islas Georgias del Sur
La guerra
* Y así, tan lenta y tan vorazmente como en todas las circunstancias, pasaron los años del exilio. Cuando terminaron me dejaron algo más, algo que no tenía antes: otra ciudad. Barcelona pasó a estar inscripta en mi vida como una marca indeleble, tanto como Rosario y como Buenos Aires. Me traje de vuelta una historia inesperada antes de irme y el amor por calles, bares, amigos y viajes que no se repetirían nunca más con el mismo signo. Colaboré con la Casa Argentina en Barcelona, formé parte de Amnesty International, escribí para publicaciones diversas y participé en actividades propias del destierro. Pero más allá de las denuncias nunca tuve una actitud gremial ni trabajé de exiliado. Lo dijo, como tantas otras cosas, T.W. Adorno: un escritor tiene la posibilidad de encontrar adonde sea que vaya una patria. La lleva en la lengua y la funda en su escritura.
*
En Barcelona volví a ver a Soriano y en París a Saer; conocí a Fernández
Retamar, Calvino, Arreola, Semprún, Cabrera Infante, García Márquez, Vargas
Llosa, David Viñas, al joven Marcelo Cohen, a la Beatriz Sarlo comprensible
de aquellos años, a Borges, Di Benedetto, Tizón, Juan Benet, Juan Marsé, M.L.
Estefanía, Corín Tellado, Carlos Barral, Jaime Salinas y José Donoso; y fui
amigo de Onetti, Cortázar, Carmen Balcells, Mercedes Casanovas, Beatriz
de Moura, Toni López, Jorge Herralde y Esther Tusquets entre
muchos otros además de mis amigos tan normales, corrientes y casi anónimos,
allá, como yo. Todo esto facilitado, para decirlo de algún modo, por el hecho
prácticamente fortuito de que me tocó trabajar en la editorial española que en
aquellos años fue uno de los motores de la renovación del segmento de una
industria que Franco había dejado, con honrosísimas excepciones, en vía muerta.
*
El 2 de abril de 1982 en una maniobra desesperada por conservar el poder los militares
dirigidos ahora por Leopoldo Galtieri (un general desconcertado, alcohólico y
bien visto por los Estados Unidos) invadieron las islas Malvinas. La respuesta
de Gran Bretaña consistió en enviar 111 barcos, 117 aviones, y 30.000 hombres
contra los 14.000 argentinos. La televisión española informaba con imágenes
todos los días el progreso de la guerra y no cabían dudas, viéndolo desde allá,
que la derrota argentina era inevitable. Pero si uno hablaba por teléfono con
familiares y amigos que vivían en el país o leía algún Clarín de varios días
atrás las noticias eran exactamente las contrarias: el triunfo argentino sería
un hecho. La derrota en la más importante y cruel de las batallas, la de
Pradera del Ganso (Goose Green), el 27 y el 28 de mayo, fue ocultada por
la junta militar hasta el 14 de junio de 1982 en que los militares argentinos
se rindieron. El conflicto dejó para la Argentina 650 muertos, 1200 heridos, y
precipitó la caída de Galtieri que fue reemplazado por otro general
desorientado, Reynaldo Bignone. Desde ese momento quedó sellado el fin de la
dictadura que terminó llamando a elecciones en 1983 y abrió el camino del
regreso para los exiliados.
Ezeiza, 2 de abril de 1984: el regreso
Los últimos años
Los últimos años
* Desde que llegué de vuelta a Buenos Aires y
durante un año y pico pensé que extrañaría de una manera inconsolable a
Barcelona y a mi vida en Barcelona. Había asimilado sin darme cuenta una
calidad de vida de clase media europea protegida por un trabajo fijo, la
seguridad social, una casita que alquilaba todo el año en el interior del
castillo medieval de Tossa de Mar -un pueblito de la Costa Brava- muy
cerca de las ruinas de una milenaria villa romana. Había formado una nueva
pareja, el 14 de octubre de 1983 había visto nacer a Lía, mi hija, en la
clínica Dexeus de la mano de un partero llamado Serrat, y que llegó aquí
con cinco meses de vida. Pero poco a poco los sentimientos de pérdida se fueron
reordenando para integrarse en una historia personal que ha hecho del ir y
venir todo un tema que, por supuesto, es también uno de los temas de mis
novelas. Dos las escribí allá: “La vida entera” y “Composición de lugar”.
*
Mis amigos catalanes me llevaban a las plateas del Nou Camp, la cancha del
Barcelona, donde vi jugar a Cruyff, Bernd Schuster, Milonguita Heredia, Rexach,
Quini y a un Maradona que no entendió a las catalanes y que pasó casi sin pena
ni gloria. Vi también, en esa cancha, la derrota de Argentina frente a Bélgica
(0-1) en el Mundial del ’82 que ganó Italia. También fui alguna vez a la
popular a ver al Barcelona contra Boca en el Gamper, un torneo de verano... Así
que estuve en el mejor estadio de fútbol del mundo en aquellos años en el que
estabas tan cómodo como en un teatro. Por eso, además de tres ciudades en mi
vida, existen tres clubes: Racing, Rosario Central y el Barça.
*
Lo he dicho algunas veces y lo repito hoy: si algo le debo a la Triple A y
a los militares argentinos, torturadores y genocidas, es que me echaran del
país. En Barcelona, y en Europa, entre mis 30 y mis 40 años, me obligaron a una
segunda formación: las reproducciones y las fotos dejaron de serlo: ahí estaban
París, Venecia, Madrid y Roma, por ejemplo, y los originales de Miguel Ángel,
Carpaccio o Picasso. Todo, todo, enmarcado por el proceso de democratización de
España del que me gusta pensar que formé parte como un ciudadano más. Por fin,
en diciembre de 1983, cuando las cosas comenzaron a volver a su cauce, los que
resistieron y aguantaron a la dictadura en el país y los que lo hicimos afuera
fundamos nuevamente Buenos Aires y el país entero. Yo llegué el 2 de abril de
1984. Era el segundo aniversario de la invasión de las Malvinas. Poco días
después el presidente Raúl Alfonsín inauguró la Feria del Libro. Y por sus pasillos
atestados de gente conmovida por el regreso a la democracia volví a cruzarme
con Borges.
No hay comentarios:
Publicar un comentario