151. Vida Real: El exilio II

Antonio Tejero, España 23 de febrero de 1981

Los años intermedios


* En 1977 el gobierno de Adolfo Suárez legalizó el Partido Comunista y los festejos cruzaron España. A Barcelona llegaron Santiago Carrillo (Secretario General),  Dolores Ibárruri (la Pasionaria) y el poeta Rafael Alberti. No cabía un alma más en el estadio cerrado del F.C. Barcelona (Palau Blaugrana) y era raro estar ahí, para mí, mirando flamear incontables banderas rojas y cantado, como canté por primera y última vez, “La Internacional”. El fuerte perfil republicano de Catalunya había estado en silencio demasiado tiempo: los militantes comunistas pertenecían al Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC) y los socialistas al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y entonces la democracia estalló como una fiesta en las calles.

* En 1978, subiendo la cuesta, llegué por fin a un departamento en la calle del Putxet. Desde la Plaza Lesseps, donde había alquilado el primero, pasé a otro en la calle de Escipión, tres cuadras más arriba, y después terminé de llegar al tramo más alto y empinado de la calle. Dos edificios más allá seguía viviendo el Beto C., en la esquina estaba el bar que todas las noches reunía al barrio, y la calle entera -elegida algunos años antes por los músicos de la Nova Cançó, Raimon, Serrat, Enric Barbat, Guillermina Motta y María del Mar Bonet, como el sitio cool para vivir- albergaba ahora también a un puñado de argentinos exiliados. En 1978 los músicos acababan de mudarse, pero de vez en cuando cantaban en Zeleste, un bar en la calle de la Platería en el casco antiguo de la ciudad.

* El Beto C. ya trabajaba en Iberhospitalia que, como su nombre casi lo indica, fabricaba hospitales en África. Nada podía parecerme entonces más natural que eso: un arquitecto argentino empleado en una empresa española que construía en África... O acompañarlo al Coque Bianco a buscar su auto retenido en algún corralón municipal cargando con una batería de repuesto, pagar la multa, subir al Tibidabo, tomar unas cervezas y regresar con el jean agujereado por algunas gotas de ácido que la batería había ido perdiendo... La idea, o el sentimiento, era lo más lejano posible de cualquier cosa parecida al esnobismo o a la tontería: se trataba de otras maneras de vivir y yo me iba adaptando casi sin darme cuenta a protagonizar una transición desde la dictadura a la democracia, a asimilar de la misma manera una calidad de vida creciente, y a conocer modos de estar en el mundo diferentes de los que había conocido.

* Pero de pronto hubo un sacudón que advirtió a España entera. El 23 de febrero de 1981 Antonio Tejero, un teniente coronel de la Guardia Civil, asaltó el Congreso de los Diputados en contra de los separatismos y del terrorismo y con la exigencia de poner al frente del gobierno al general valenciano Jaime Milans del Bosch. La zozobra duró cerca de un día. Pero a la una y veinte de la mañana del 24 de febrero el Rey Juan Carlos, a distancia todavía del liberalismo y la decadencia que hoy lo caracterizan, anunció que no toleraría ningún ataque al orden constitucional. La reducción de Tejero ya era cuestión de horas pero la angustia que se apoderó de las mayorías democráticas no se disolvió hasta el final.

* El exilio argentino llevó a las principales ciudades españolas a médicos, dentistas, abogados, arquitectos, psicoanalistas, escritores y gente de todos los oficios. Si los dentistas sobresalieron de inmediato con sus tratamientos para recuperación de encías (endodoncia) y los psicoanalistas encabezados primero por el lacanismo ortodoxo de Masotta y después por representantes de otras escuelas o instituciones democratizaron los divanes, los abogados tuvieron que aprenderse de memoria un inmenso cuerpo jurídico y legal. Pero una de las cosas que descubrieron fue que el famoso certificado de residencia que las autoridades no le daban a nadie se conseguía -también- si se demostraban dos años ininterrumpidos de “residencia” en España con cualquier cosa razonable: recibos de alquiler o servicios, resúmenes bancarios, testigos, etcétera. Y ese fue el primer paso para llegar muy rápido a la habilitación legal para solicitar la nacionalidad española. De modo que muchos volvimos a la Argentina con el pasaporte de lo que sería, menos de diez años después, la Unión Europea.

* Así fue también cómo en las elecciones generales del 28 de octubre de 1982, y ya munido de la doble nacionalidad, decidí votar. El voto en España no es obligatorio. Aquel día Felipe González, Secretario General del PSOE, obtuvo el 48% de los votos y una mayoría parlamentaria formada por 202 diputados. Era raro sentirse parte de la política española y raro, en ese momento, pensar en volver cuando la previsible y consumada derrota en la Guerra de Malvinas enrarecía más el futuro otra vez incierto del país. 


Alfredo Astiz, secuestrador, torturador y asesino se rinde en las islas Georgias del Sur

La guerra

* Y así, tan lenta y tan vorazmente como en todas las circunstancias, pasaron los años del exilio. Cuando terminaron me dejaron algo más, algo que no tenía antes: otra ciudad. Barcelona pasó a estar inscripta en mi vida como una marca indeleble, tanto como Rosario y como Buenos Aires. Me traje de vuelta una historia inesperada antes de irme y el amor por calles, bares, amigos y viajes que no se repetirían nunca más con el mismo signo. Colaboré con la Casa Argentina en Barcelona, formé parte de Amnesty International, escribí para publicaciones diversas y participé en actividades propias del destierro. Pero más allá de las denuncias nunca tuve una actitud gremial ni trabajé de exiliado. Lo dijo, como tantas otras cosas, T.W. Adorno: un escritor tiene la posibilidad de encontrar adonde sea que vaya una patria. La lleva en la lengua y la funda en su escritura.

* En Barcelona volví a ver a Soriano y en París a Saer; conocí a Fernández Retamar, Calvino, Arreola, Semprún, Cabrera Infante, García Márquez, Vargas Llosa, David Viñas, al joven Marcelo Cohen, a la Beatriz Sarlo comprensible de aquellos años, a Borges, Di Benedetto, Tizón, Juan Benet, Juan Marsé, M.L. Estefanía, Corín Tellado, Carlos Barral, Jaime Salinas y José Donoso; y fui amigo de Onetti, Cortázar, Carmen Balcells, Mercedes Casanovas, Beatriz de Moura, Toni López, Jorge Herralde y Esther Tusquets entre muchos otros además de mis amigos tan normales, corrientes y casi anónimos, allá, como yo. Todo esto facilitado, para decirlo de algún modo, por el hecho prácticamente fortuito de que me tocó trabajar en la editorial española que en aquellos años fue uno de los motores de la renovación del segmento de una industria que Franco había dejado, con honrosísimas excepciones, en vía muerta.

* El 2 de abril de 1982 en una maniobra desesperada por conservar el poder los militares dirigidos ahora por Leopoldo Galtieri (un general desconcertado, alcohólico y bien visto por los Estados Unidos) invadieron las islas Malvinas. La respuesta de Gran Bretaña consistió en enviar 111 barcos, 117 aviones, y 30.000 hombres contra los 14.000 argentinos. La televisión española informaba con imágenes todos los días el progreso de la guerra y no cabían dudas, viéndolo desde allá, que la derrota argentina era inevitable. Pero si uno hablaba por teléfono con familiares y amigos que vivían en el país o leía algún Clarín de varios días atrás las noticias eran exactamente las contrarias: el triunfo argentino sería un hecho. La derrota en la más importante y cruel de las batallas, la de Pradera del Ganso (Goose Green), el 27 y el 28 de mayo, fue ocultada por la junta militar hasta el 14 de junio de 1982 en que los militares argentinos se rindieron. El conflicto dejó para la Argentina 650 muertos, 1200 heridos, y precipitó la caída de Galtieri que fue reemplazado por otro general desorientado, Reynaldo Bignone. Desde ese momento quedó sellado el fin de la dictadura que terminó llamando a elecciones en 1983 y abrió el camino del regreso para los exiliados.

Ezeiza, 2 de abril de 1984: el regreso

Los últimos años


* Desde que llegué de vuelta a Buenos Aires y durante un año y pico pensé que extrañaría de una manera inconsolable a Barcelona y a mi vida en Barcelona. Había asimilado sin darme cuenta una calidad de vida de clase media europea protegida por un trabajo fijo, la seguridad social, una casita que alquilaba todo el año en el interior del castillo medieval de Tossa de Mar -un pueblito de la Costa Brava- muy cerca de las ruinas de una milenaria villa romana. Había formado una nueva pareja, el 14 de octubre de 1983 había visto nacer a Lía, mi hija, en la clínica Dexeus de la mano de un partero llamado Serrat, y que llegó aquí con cinco meses de vida. Pero poco a poco los sentimientos de pérdida se fueron reordenando para integrarse en una historia personal que ha hecho del ir y venir todo un tema que, por supuesto, es también uno de los temas de mis novelas. Dos las escribí allá: “La vida entera” y “Composición de lugar”.

* Mis amigos catalanes me llevaban a las plateas del Nou Camp, la cancha del Barcelona, donde vi jugar a Cruyff, Bernd Schuster, Milonguita Heredia, Rexach, Quini y a un Maradona que no entendió a las catalanes y que pasó casi sin pena ni gloria. Vi también, en esa cancha, la derrota de Argentina frente a Bélgica (0-1) en el Mundial del ’82 que ganó Italia. También fui alguna vez a la popular a ver al Barcelona contra Boca en el Gamper, un torneo de verano... Así que estuve en el mejor estadio de fútbol del mundo en aquellos años en el que estabas tan cómodo como en un teatro. Por eso, además de tres ciudades en mi vida, existen tres clubes: Racing, Rosario Central y el Barça.

* Lo he dicho algunas veces y lo repito hoy: si algo le debo a la Triple A y a los militares argentinos, torturadores y genocidas, es que me echaran del país. En Barcelona, y en Europa, entre mis 30 y mis 40 años, me obligaron a una segunda formación: las reproducciones y las fotos dejaron de serlo: ahí estaban París, Venecia, Madrid y Roma, por ejemplo, y los originales de Miguel Ángel, Carpaccio o Picasso. Todo, todo, enmarcado por el proceso de democratización de España del que me gusta pensar que formé parte como un ciudadano más. Por fin, en diciembre de 1983, cuando las cosas comenzaron a volver a su cauce, los que resistieron y aguantaron a la dictadura en el país y los que lo hicimos afuera fundamos nuevamente Buenos Aires y el país entero. Yo llegué el 2 de abril de 1984. Era el segundo aniversario de la invasión de las Malvinas. Poco días después el presidente Raúl Alfonsín inauguró la Feria del Libro. Y por sus pasillos atestados de gente conmovida por el regreso a la democracia volví a cruzarme con Borges.

No hay comentarios:

Publicar un comentario