La reunión se hace en la casa de Sivori. Todos tienen ya sus lugares favoritos. Él se sienta en un sillón tapizado en tela que es el de la izquierda. Florencia Dillon se acomoda en el sillón igual al de Sivori que está a la derecha. María Lanús se desparrama en el Miller del que sólo vemos por ahora la banqueta para apoyar las piernas. Sivori quiere avanzar sobre las ideas básicas de Hermann, el documental que se le ha puesto ahora en la cabeza que quiere hacer: tres o cuatro personajes que cuenten historias a cámara fija de la esquina de Santa Fe y Armenia, del restaurante y de los alrededores inmediatos. La cuestión de la cámara fija le ha seguido dando vueltas en la cabeza desde que por fin fracasó el proyecto de hacer La Pasión, una película sobre Evita en tres capítulos y realizó en cambio un documental sobre los bosques de Palermo y la Plaza Sicilia.
No entiendo por qué estás emperrado en hacer una película así que en principio no tiene un núcleo dramático, no tiene tensión, y no tiene... ¡nada!, dice Florencia indisimulablemente ofuscada. Y María Lanús sonríe, apenas, como quien sabe de qué sonríe pero sólo para sus adentros.
Si me dejaras seguir adelante a lo mejor irías entendiendo qué quiero hacer. Hoy se trata de capturar las historias por las que circulamos todos los días sin saberlo. Lo demás ya no tiene interés.
¿Cómo se llamaba la película sobre Evita?, quiere saber María Lanús. O a lo mejor hace esta pregunta para distraerlos, para sacarlos del punto oscuro de una discusión que ella intuye que ya no tiene sentido.
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Anexo
María Lanús, desparramada en su sillón -en este caso un Miller auténtico-, ahora no dice nada. Toma notas en una tablet, mira a Sivori, mira a Florencia, y a veces sonríe -ya sabemos- sin que se sepa muy bien por qué ni de qué. Es alta y tan atractiva que sería imposible describirla de modo que no se hará, no habrá descripción de María Lanús, la novia de Florencia. Pero sí se podría deslizar que hoy Sivori sabe que Daniel Levin, el tipo que se le apareció en Hermann hace un tiempo, era el novio de María antes de que ella se fuera a Europa a grabar una serie de comerciales para Armani y que la mujer que apareció primero, que lo llamó por teléfono, a Sivori, y le dio una cita para que se reunieran en Hermann y no llegó nunca, fue la mina con la que se enganchó María Lanús apenas volvió de Europa y nunca más volvió a llamar a Daniel Levin. Pero por alguna razón que a todos se nos escapa los ex amantes de María sólo habían encontrado una pista para rastrearla: ella había asistido a un seminario sobre cine europeo que Sivori había dado el año anterior. Y no podían saber que en ese momento ella estaba enamorada de Florencia Dillon y se había refugiado en su casa, un departamento frente a la Plaza República de Chile.
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Anexo
Como al pasar, ya casi sobre el final de la reunión, Sivori le pregunta a Florencia en qué quedó la cuestión de la rescisión del contrato por los derechos de La invención de Morel de Bioy Casares para filmar una película. Ella le dice que terminó todo en buenos términos y él sabe que ella le miente. Nada terminó. Seguro, cree Sivori, y lo más probable es que Florencia haya terminado pagando la totalidad del precio del libro que fijaron los herederos y se haya quedado con los derechos. Pero esto Florencia no se lo dirá y en el caso de que él lo sugiriese ella, por supuesto, lo negaría. De modo que mientras se para, se despereza y mira los pinos por la ventana, o antes de hacerlo, justo antes, no puede dejar de ver, puesto que está a la vista, debajo de la pollera corta, la bombacha blanca de María en la unión de sus muslos cruzados, la bombacha blanca de María Lanús marcándole la vulva. Y entonces se pregunta, Sivori, si ella sabe o no sabe que él está mirando sus muslos, si la exposición es deliberada o casual.
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