Tucson, Arizona, Estados Unidos, 1936
Janet Burroway
Autora de novelas, poemas, ensayos y obras de teatro la norteamericana Burroway ha logrado transmitir como pocos la importancia fundamental del Punto de Vista a la hora de contar historias. Su libro "Writing Fiction: A Guide to Narrative Craft" (1982) lleva ocho reediciones y se lee en la mayoría de los talleres de escritura de universidades y colleges en Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y otros países de habla inglesa.
*
El punto de vista
es el elemento más complicado de la narración. Si bien es posible analizarlo,
definirlo, esquematizarlo, se trata en última instancia de una relación entre
escritor, personajes y lector que, como toda relación, tiene sus sutilezas. Podemos
discutir sobre el narrador, la omnisciencia, el tono, la distancia o la
credibilidad en determinado cuento, pero ninguna conclusión que saquemos lo
ubicará en el mismo casillero con otro cuento.
En primer lugar debemos desechar la acepción común de la
frase "punto de vista" como sinónimo de opinión, como cuando decimos
por ejemplo "desde mi punto de vista debe haber pena de muerte". La
visión del autor acerca de lo que es o debería ser el mundo se nos revelará al
final, según el uso que haga del punto de vista; y no al revés: identificar las
creencias del narrador no sirve para describir el punto de vista en el relato.
En lugar de pensar que el punto de vista consiste en la opinión o las creencias
del autor, hay que tomarlo de un modo más literal, como "el punto desde
donde se mira mejor".
¿Quién se ubica dónde para mirar la escena?
O, mejor, como estamos hablando de lenguaje, las preguntas
deben ser: ¿Quién habla, a quién, cómo, a qué distancia de la acción, con qué
limitaciones?: aspectos todos relacionados con la elección del punto de vista.
Dado que el autor quiere hacernos compartir su perspectiva, las respuestas nos
ayudarán a descubrir su opinión, sus juicios, su actitud o su mensaje.
¿Quién habla?
La primera decisión que debe tomar un autor respeto al punto
de vista tiene que ver con el narrador. He aquí la clasificación más simple que
se puede hacer acerca de quién habla: un cuento puede ser narrado en tercera
persona (Ella pasea bajo la luz de la luna), en segunda persona (Paseas bajo la
luz de la luna) o en primera persona (Paseo bajo la luz de la luna). Los
relatos en segunda y tercera persona los cuenta un narrador, los relatos en
primera persona, un personaje.
Tercera persona
La tercera persona, desde la cual el narrador cuenta el
relato, se puede subdividir según el grado de conocimiento u omnisciencia que
asume el narrador. Advierta que, como estamos hablando de grados, las
subdivisiones son sólo aproximadas. Como autor está usted en condiciones de
decidir cuánto sabe. Puede conocer la verdad plena y eterna; puede saber qué
hay en la mente de uno de los personajes pero no qué piensa el otro; o puede
saber únicamente lo que se ve desde fuera. Usted decide. Al comienzo del cuento
deberá indicar al lector qué grado de omnisciencia ha elegido; una vez hecha
esta señal, se abre un "contrato" entre el autor y el lector,
contrato delicado de romper. Si se ha limitado a la mente de James Lordly
durante cinco páginas mientras James mira lo que hacen la señora Grumms y sus
gatos, rompe usted la convención si se mete de pronto en la mente de la señora
Grumms. Igualmente, nos sentiríamos tratados mal y dispuestos a romper gustosos
el contrato si nos da usted los pensamientos de los gatos.
El narrador omnisciente -llamado a veces narrador editor
omnisciente porque dice de frente lo que se supone que debemos pensar- tiene un
conocimiento total. Cuando es usted autor omnisciente es un dios; puede:
1. Informar objetivamente lo que está pasando.
2. Meterse dentro de la mente de los personajes.
3. Interpretar por los lectores la apariencia de los
personajes, lo que dicen, sus actos o sus ideas, aun si los propios personajes
no pueden hacerlo.
4. Moverse libremente en el tiempo y en el espacio para
brindarnos vistas panorámicas o telescópicas o microscópicas, o históricas;
puede decirnos lo que sucede en cualquier parte, o lo que sucedió en el pasado,
o lo que sucederá en el futuro.
5. Hacer reflexiones generales, juicios, proporcionar
verdades.
Los lectores aceptarán que el narrador omnisciente hable
así. Si el narrador nos dice que Ruth es una mujer buena, que Jeremy no
comprende sus verdaderas motivaciones, que la luna va a estallar dentro de
cuatro horas y con eso todo se pondrá mejor, le creemos. Aquí tenemos un
párrafo que muestra los cinco campos de conocimiento señalados:
(1) Juan le dio una feroz mirada al bebé que lloraba. (2)
Asustado por el gesto el bebé tragó saliva, y lloró más fuerte aun. Odio esto,
pensó Juan; (3) pero lo que sentía no era odio. (4) Hace solo dos años él había
llorado de esa manera. (5) Los chicos no saben diferenciar entre el odio y el
miedo.
Este es un ejemplo burdo, pero el autor que domine su oficio
puede pasar de un campo de conocimiento a otro. En la primera escena de La
guerra y la paz, Tolstoi describe a Anna Scherer así:
Ser entusiasta se había vuelto su vocación social, y, a
veces, aunque no sintiera entusiasmo se entusiasmaba con el propósito de no
desilusionar a quienes la conocían. La tenue sonrisa que, aunque no le iba a
sus suaves rasgos, llevaba siempre en los labios, expresaba, como en los niños
mimados, una continua consciencia de su meloso defecto, que ella ni deseaba ni
podía ni consideraba correcto corregir.
Aquí en dos oraciones Tolstoi nos dice lo que pasa por la
mente de Anna y sus expectativas, cómo se ve ella a sí misma, qué le conviene,
qué puede y no puede hacer, y además ofrece un comentario general sobre los
niños mimados.
La voz omnisciente es la voz de la épica clásica (Y
Meleanger, distante, no sabía nada de aquello, pero sentía que sus partes
vitales ardían en fiebre), de la Biblia (Así el Señor envió la peste sobre
Israel; y cayeron 70,000 hombres), y de la mayoría de novelas del siglo XIX
(Tito estiró la mano para ayudarlo, y es tan extrañamente rápida el alma de los
hombres que en ese instante, cuando empezó a sentir que su expiación era
aceptada, tuvo el fugaz pensamiento de las molestias que lo aguardaban). Pero
una de las tendencia actuales de la literatura es su movimiento hacia abajo: de
los héroes a los personajes comunes; y hacia adentro: de la acción a la mente;
por lo tanto, los escritores del siglo XX evitan sobre todo la posición de
dioses omniscientes y prefieren restringirse a unos pocos campos de
conocimiento.
El punto de vista de narrador omnisciente limitado es aquel
en el cual el narrador puede moverse con cierta libertad, pero no toda la
libertad del narrador omnisciente. Se puede conceder a sí mismo, por ejemplo,
el conocimiento de lo que están pensando los actores en escena, y el de sus
actos, pero a los demás personajes conocerlos solo exteriormente. Puede ver
microscópicamente todo, pero no presumir de dueño de la verdad eterna. La forma
de omnisciencia limitada que se usa más a menudo es aquella en que el narrador
puede ver los hechos objetivamente, y además acceder a la mente de uno de los
personajes, pero no a las del resto, ni se otorga a sí mismo ningún poder
explícito de juzgar. Es el punto de vista particularmente útil para el cuento
porque establece rápidamente quién es el que lleva el punto de vista o tiene
los medios de percepción. El cuento es una forma tan apretada que apenas hay
tiempo o espacio para desarrollar una sola consciencia. Quedarse con la visión
externa de las cosas y con el pensamiento de uno de los personajes ayuda a
mantener el control del foco del relato, y evita los cambios torpes de punto de
vista.
Pero también la novela utiliza frecuentemente este método,
como en The Odd Woman, de Gail Godwin:
Eran las diez de la noche del mismo día, y los residentes
del condominio en la montaña iban regresando a su rutina y su sobriedad. Jane,
en cambio, sentada en la cocina con un vaso de escocés sobre la mesa limpia
ante ella, iba cayendo más y más en un sentimiento que sólo identificaba como
algo poco familiar. No podía describirlo: era a la vez temible y agradable. Era
como dejarse llevar y traer de algún lugar. Trató de recordar, ¿cuándo había
comenzado exactamente?
Se nota que aquí la autora ha limitado su omnisciencia. No
nos dirá la verdad final sobre el alma de Jane, ni definirá para nosotros ese
sentimiento "poco familiar" que la propia mujer no puede definir. El
narrador tiene a su disposición los hechos y los pensamientos de Jane, pero eso
es todo.
La ventaja de la omnisciencia limitada respecto a la
omnisciencia total reside en la inmediatez. En el ejemplo que hemos visto, como
no nos está permitido saber lo que no sabe Jane de sus propios sentimientos,
buscamos a tientas con ella el entendimiento. En este proceso se crea un
convenio entre autor y lector, un convenio que no se puede romper. Si al llegar
a ese punto la autora se detiene y responde a la pregunta de Jane "¿cuándo
había comenzado exactamente?" diciendo "Jane no lo recordaría jamás,
pero lo cierto es que empezó una tarde cuando tenía dos años", sentiremos
que hay una imprevista y no solicitada intrusión del autor.
Dentro de las limitaciones que la escritora se ha impuesto
hay no obstante fluidez y una gama de posibilidades. Note que el pasaje
comienza con una observación panorámica (Las diez, residentes, rutina) y pasa
luego a un enfoque más cerrado, con una visión todavía exterior de Jane
(sentada en la cocina), antes de introducirse en su mente. La frase "Trató
de recordar" da cuenta de manera relativamente factual de sus procesos
mentales; en cambio con la siguiente oración "¿Cuándo había empezado,
exactamente?" ya estamos dentro de la mente de Jane, oyendo la pregunta
que se hace a sí misma.
Aunque parece restringida esta forma usual de omnisciencia
limitada (información objetiva, más una consciencia), dadas todas las posibilidades
de la omnisciencia dispone no obstante de una libertad que ningún ser humano
posee. En la vida cotidiana uno tiene acceso total a una sola mente, la propia,
y al mismo tiempo uno es la única persona a la que no se puede observar desde
el exterior. Como escritor puede usted hacer lo que ningún ser humano puede:
estar simultáneamente dentro y fuera de un personaje determinado. A esto se
refiere E.M. Forster en Aspectos de la novela como "la diferencia
fundamental entre la gente común y los personajes de las novelas":
En la vida diaria nunca nos comprendemos uno al otro, ni
existe la clarividencia plena ni la confesión total. Sabemos del otro por
aproximación, por tanteos, por signos externos, y eso basta para la vida social
e incluso para la vida íntima. Pero la gente en las novelas puede ser
comprendida totalmente por el lector, si así lo desea el novelista; su
intimidad puede ser exhibida lo mismo que su vida interior. Y por esa razón a
menudo nos parecen mejor definidos que los personajes de la Historia, nos
parecen incluso conocidos nuestros.
El narrador objetivo. A veces el novelista o el cuentista no
desea mostrar más que los signos externos. El narrador objetivo no es
omnisciente sino impersonal. Cuando escribe como narrador objetivo restringe
usted su conocimiento a los hechos que cualquier persona puede observar, a los
sentidos de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. En el cuento "Colinas como elefantes blancos" Ernest
Hemingway nos informa lo que dice y hace una pareja que disputa, sin revelar
directamente sus pensamientos y, al mismo tiempo, sin hacer ningún comentario:
El norteamericano y la muchacha que lo
acompañaba ocupaban una mesa en la sombra. Hacía mucho calor y el expreso de
Barcelona tardaría cuarenta minutos en llegar. Se detenía dos minutos en el
empalme, y seguía hacia Madrid.
-¿Qué vamos a tomar?
-preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero para dejarlo sobre la mesa.
-Hace mucha calor
-dijo el hombre.
-Bebamos cerveza.
-Dos cervezas -dijo
él, mirando la cortina.
-¿Dobles? -preguntó
una mujer desde el umbral
-Sí, dobles.
La mujer desapareció
con dos vasos de cerveza y dos redondeles de fieltro que colocó sobre la mesa
para poner encima los vasos llenos. Luego quedó mirando al hombre y a su compañera.
La muchacha no apartaba la vista de la línea de colinas. Brillaban blancas bajo
el sol y el terreno era oscuro y reseco.
En el transcurso de este cuento sabremos, íntegramente por
deducción, que la chica está encinta y que se siente coaccionada por el hombre
para hacer un aborto. Ni la preñez ni el aborto son mencionados en ningún
momento. La narración se mantiene recortada, austera y externa. ¿Qué gana
Hemingway con su propósito de objetividad?
Guía al lector al descubrimiento de lo que realmente ha
pasado. Los personajes evitan el tema, buscan evasivas, disimulan, pero sus
verdaderas intenciones y sus pensamientos son traicionados pos sus gestos, sus
reiteraciones y los deslices de su lenguaje. El lector, guiado por el autor,
saca sus conclusiones, como en la vida cotidiana; así es como tenemos la
satisfacción de conocer a los personajes incluso más de lo que ellos mismos se
conocen.
Hemos dividido con propósitos de claridad las posibilidades
de la narración en omnisciencia editorial, omnisciencia limitada y narración
objetiva, pero entre los extremos de la omnisciencia editorial (conocimiento
total) y la narración objetiva (sólo observación externa) las posibilidades de
la omnisciencia limitada son infinitas. Como es usted quien va a escoger su voz
narrativa dentro de ese rango, necesita saber que al hacerlo impone sus reglas
propias y que, después de fijarlas, tiene que ceñirse a ellas. Como narrador
está usted en situación parecida a la de los poetas que tienen que escoger
entre el verso libre y la rima. Si el poeta escoge el soneto está obligado a
rimar. Los escritores que recién empiezan muchas veces se sienten tentados de
cambiar el punto de vista, cuando es innecesario y, al mismo tiempo, un
fastidio.
El cuello de Leo era raspado por la tela
áspera de su uniforme. Se concentró en los botones y trató de no mirar a la
cara al director de la banda, quien, sin embargo, estaba más divertido que
enojado.
Este es un torpe cambio de punto de vista, porque tras haber
sentido el embarazo de Leo, de pronto se nos pide saltar dentro de los
sentimientos del director de la banda. Puede mejorar si se pasa de la mente de
Leo a su observación:
El cuello de Leo era raspado por la tela
áspera de su uniforme. Se concentró en los botones y trató de no mirar a la
cara al director de la banda, el cual, sin embargo, sorprendentemente estaba
sonriendo.
La nueva versión es más fácil de aceptar porque nos mantiene
dentro de la mente de Leo mientras observa que el director de la banda no está
enojado. De paso sirve al propósito de sugerir que Leo fracasa en su intento de
concentrarse en los botones, y así la confusión se destaca.
Segunda persona
Primera y tercera persona son las más comunes en la
narración; la segunda persona es experimental e idiosincrásica. Pero mejor
mencionarla, porque varios autores del siglo XX se han interesado en sus
posibilidades.
El concepto de narrador se refiere a los modos básicos de la
narración. En tercera persona todos los personajes son llamados él, ella o
ellos. En primera persona el personaje que cuenta la historia se refiere a sí
mismo como yo, y a los demás personajes como él, ella o ellos. La segunda
persona es un modo básico del relato sólo cuando un personaje es llamado tú o
usted. Si un autor omnisciente se dirige al lector como tú o usted (Recuerda
que fulano estaba en tal situación al comienzo...), esto no cambia el modo
básico de la narración en primera o tercera persona. Sólo cuando "tú"
se convierte en personaje, en actor del drama, la novela o el cuento está en
segunda persona.
En “Even Cowgirls get
the Blues” Tom Robbins muestra ambos usos de la segunda persona:
Si puede usted abrochar su reloj pulsera a
un rayo de luz su reloj seguirá caminando, pero las manecillas ya no se
moverán.
Pero cuando el narrador se dirige al personaje central,
Sissy Hankshaw, la narración está básicamente en segunda persona:
Tira dedo. Al comienzo tímidamente,
mostrando apenas el puño, inclinándote levemente en dirección a tu soñado
destino. Una ardilla corre por una rama. Le tiras dedo a la ardilla. Un
arrendajo pasa volando. Tu señal va hacia abajo.
Esta narración en segunda persona tiene un efecto extraño y
original: el narrador observa a Sissy, y las órdenes que le da aun así implican
una relación íntima y afectiva, que nos hace más fácil introducirnos en su
mente.
Tu pulgar hace la diferencia con los demás
seres humanos. Empieza a sentir la presencia alrededor de tu dedo. Te
sorprendería que no haya magia allí.
En este ejemplo el tú del texto se refiere a un personaje nítidamente
delimitado, distinto al lector. Pero también se puede usar la segunda persona
como medio de convertir al que lee en personaje, como en el cuento "Panel
Game" de Robert Coover.
Te retuerces, enviciado en Lady (que te
excita) y en Norteamérica (que no, pero la bendices de todos modos); sin
embargo tus contorciones serán mal interpretadas: Lady amorosa levanta sus
pestañas, cierra los ojos y su respiración se acelera con la excitación... El
público aúlla feliz mientras tanto. ¿Y quién puede maldecirlo? Tú resígnate a
pasar la prueba en paz y saluda con una sonrisa tímida, no te muevas.
Una vez más el efecto de la segunda persona es inusual y
complejo.
El autor atribuye al lector características y reacciones
específicas; y así -presumiendo que uno le sigue la corriente- lo va empujando
más adentro y en mayor intimidad con el relato.
Es poco probable que la segunda persona se vuelva un modo
mayor en la literatura, como la primera y la tercera personas; pero
precisamente por eso puede usted encontrarla interesante para la
experimentación. Es sorprendente y relativamente poco ensayada aun.
Primera persona
Un relato está en primera persona cuando el que habla es un
personaje. El término narrador se refiere a menudo al que narra el cuento,
pero, hablando estrictamente, un cuento tiene narrador sólo cuando es contado
en primera persona por uno de los personajes. Puede ser el protagonista, yo que
cuento mi historia, en cuyo caso se trata de un personaje narrador central. O
puede ser alguien que cuenta la historia de otro, en cuyo caso es un narrador
periférico.
En cualquier forma, es importante indicar desde el comienzo
qué tipo de narrador usamos, de manera que se sepa quién es el protagonista del
relato. Como en el primer párrafo de La soledad del corredor de fondo, de Allan
Sillitoe:
En cuanto llegué a Borstal, me destinaron a
corredor de fondo de cross-country. Supongo que pensarían que tenía la
complexión adecuada para ello, porque era alto y flaco para mi edad (y lo sigo
siendo), pero, fuese como fuere, a mí no me contrarió nada, si debo decirles la
verdad, porque en mi familia siempre le hemos dado mucha importancia al correr,
especialmente al correr huyendo de la policía.
La atención se entra inmediatamente aquí sobre el yo del
relato, y esperamos que ese yo sea el personaje central, cuyos deseos y
decisiones llevan adelante la acción. En cambio desde las primeras líneas de La
declinación y caída de Daphne Finn, de Bruce Moody, es Daphne la que adquiere
vida por la atención y el detalle, mientras que el narrador se establece como
observador e informante del asunto:
-¿Eres realmente tú?
Alta y melodiosa, la
voz descendió hacia mí desde atrás y arriba -como parece que lo haría siempre,
según parece- indistinta, igual que campanadas de otro pueblo.
Incapaz de contestar
negativamente, me volví en el escritorio, alcé la vista, y sonreí amargamente.
-Sí -dije sorprendido
por el rostro que se asomaba sobre mi hombro, un rostro cuya belleza era
evidente, sin concesiones a lo convencional.
El narrador central siempre está, como lo indica su nombre,
en el centro de la acción; el narrador periférico puede estar en virtualmente
cualquier otra posición que no sea el centro. Puede ser el segundo en
importancia en el cuento, o no estar involucrado en la acción para nada, sino
ocupar simplemente la posición de un observador. El narrador puede describirse
a sí mismo con detalle, o puede ser alguien difícilmente identificable, e
imparcial. Es posible incluso un narrador en primera persona del plural, como el
que usa Faulkner en "Una rosa para Emily", relato que es contado por
un narrador que se identifica solo como nosotros, gente del pueblo en el que
tiene lugar la acción.
Es cosa aceptada, y lógica, que el narrador puede ser
central o periférico, personaje que cuenta su propia historia o alguien que
cuenta la de algún otro. Sin embargo, el crítico y editor norteamericano Rust
Hill, en su libro “Writing in general and
the Short Story in particular”, plantea interesantes observaciones al
respecto. Según Hill, el punto de vista falla cada vez que nuestra percepción
de lo que sucede en el curso de la historia es diferente de la del personaje
que cambió con la historia, o soporta la acción. Incluso si el narrador parece
un observador periférico y la historia se refiere a otro, es realmente el
narrador el que ha cambiado, y debe serlo, para que nos sintamos satisfechos en
nuestra identificación emotiva con él.
Creo que siempre pasa esto en los relatos de mayor éxito; o
bien el personaje que sufre los cambios con la acción es el que lleva el punto
de vista, o, quienquiera que sea, el personaje que lleva el punto de vista se
convierte en el personaje que cambia con las acciones. Llámenlo la ley de Hill.
Por supuesto, esta opinión nos obliga a deshacernos del
valioso concepto de narrador periférico. Hill usa los conocidos caos de “El gran Gatsby” y “El corazón de las tinieblas” para ejemplificar lo que sostiene. En
el primer caso Nick Carraway es un personaje testigo que nos cuenta la historia
de Jay Gatsby, pero, al final de la historia, es la vida de Nick la que cambia
con todo aquello que ha observado.
En el segundo ejemplo Marlow nos cuenta la historia de
Kurtz, el buscador de marfil; incluso nos advierte: "No quiero aburrirlos
con lo que a mí personalmente me sucedió". Al final de la novela Kurtz (al
igual que Gatsby) es asesinado, pero no es la muerte de Kurtz la que más nos
afecta, sino lo que ha aprendido Marlow personalmente de Kurtz y de su muerte.
Lo mismo se puede decir de La declinación y caída de Daphne Finn: el foco de la
acción está en Daphne, pero el dolor, la pasión y el fracaso los pone su
biógrafo. Incluso en "Una rosa para Emily", donde el narrador es un
nosotros colectivo, es el impacto implícito de Miss Emily sobre la población el
que nosotros compartimos. Como tendemos a identificarnos con aquel a través del
cual percibimos la historia, nos conmueve su percepción, incluso si la acción
más fuerte de la historia está en otro lugar; a menudo es el mismo acto de
observar el que produce la epifanía.
Hay que reconocer que un narrador en primera persona tiene
todas las limitaciones de un ser humano, y que no puede por tanto ser
omnisciente. Está obligado a informar sólo lo que sabe. E incluso aunque el
narrador interprete efectivamente las acciones, haga sentencias o prevea el
futuro, siguen siendo opiniones de un ser humano falible; no estamos obligados
a aceptarlas, como lo estamos en el caso de las interpretaciones, verdades y
predicciones del narrador omnisciente. Si quiere usted que aceptemos el mundo
del narrador lo más difícil, la piedra de toque de la narración, consiste en
convencernos a los lectores que confiemos y creamos en su narrador. Por lo
contrario si su propósito fundamental consiste en que rechacemos las opiniones
del narrador y nos formemos unas propias, se trata de un narrador no fiable.
¿A quién?
La mayoría de relatos están dirigidos a esa convención
literaria que llamamos el lector. Cuando abrimos un libro estamos aceptando
tácitamente el rol de miembros de un auditorio impreciso de lectores. Si el
relato comienza diciendo "Mis padres fueron un borracho y una analfabeta;
nací en las ciénagas de turba de Galwall durante la Gran Hambruna de la
Papa", no nos alarmamos en absoluto. No nos colocamos al frente de ese
desfalleciente irlandés que ha cruzado el Atlántico para hacernos sus
confesiones, ni le increpamos ¿Por qué me viene a mí con todo esto?
Note que el concepto tradicional del lector presume la
universalidad del público. La mayor parte de los cuentos no se dirige a
determinado sector o periodo de la humanidad, ni permiten diferenciar entre
lector y autor; se presupone que quien quiera lea el cuento puede llegar más o
menos a la misma idea que su autor tiene del lector. De hecho la mayoría de
escritores, aunque no lo reconozcan en el texto ni lo admitan, se dirigen a
alguien que podría ser más o menos del mismo nivel de inteligencia que ellos.
El autor de una novela romántica gótica se dirige a un lector genérico, pero
sabiendo que su público ya está acostumbrado a la repetición de una fórmula, y
que espera ciertos hechos: una amante rica, una heroína virtuosa, una casa
amenazadora, vestuario colorido. La noción de cuento de New Yorker es
ligeramente menos convencional: se podría decir que es lo que el autor nota que
los editores notan que es lo que quieren los lectores del New Yorker. Cualquier
persona que escribe algo que parece literatura asume el hecho de que sus
lectores acostumbran leer, lo cual sólo es cierto para la mitad del género
humano. Mi madre, fastidiada con las dificultades de mi estilo, acostumbraba
recomendarme que escribiera para las masas, refiriéndose a los lectores del
Selecciones que según ella necesitan afecto y distracción. Yo solía considerar
su meta demasiado estrecha, hasta que me di cuenta de que mi propia meta, ser
universal, era incluso más limitante: miraba a mis lectores como la gente que
no leerá jamás el Selecciones.
No obstante, el supuesto más común de quien narra el relato,
sea autor omnisciente o personaje-narrador, es que el lector es alguien tan
convencible y entretenible como cualquier otro, y que el relato no necesita una
justificación.
Pero hay varias excepciones a esta tendencia, que se pueden
usar para implicar dentro del drama al narratario de la historia. El narrador
puede dirigirse al lector, pero señalándole ciertos rasgos específicos que
nosotros, los lectores reales, debemos aceptar para poder compartir la ficción.
Los novelistas del siglo XIX acostumbraban dirigirse "A ti, amable lector,
querido lector", etc., y esta pequeñísima caracterización era la manera de
comprometer la comprensión mutua. En “La
soledad del corredor de fondo” de Allan Sillitoe, el narrador divide el
mundo en nosotros y ustedes. Nosotros, el narrador y los de su clase, son los
marginales, los que viven por medios ilegales; mientras que ustedes son, por lo
contrario, los que respetan la ley, los prósperos, los educados pero aburridos.
Citemos nuevamente La soledad...
Supongo que esto les hará reír a ustedes,
que yo digo que el gobernador es un canalla estúpido, cuando se da el caso de
que yo apenas sé escribir y él sabe leer y escribir y sumar como un profesor.
Pero lo que yo digo es la pura verdad. Él es estúpido, y yo no, porque yo sé
ver mejor lo que hay dentro de los de su clase que lo que él ve que hay dentro
de la mía.
La alusión más clara en este párrafo es que el narrador
puede ver mejor dentro de nosotros los lectores que lo que nosotros vemos en
quienes son como él; y gran parte de la ironía que se desprende del cuento se
basa en el hecho de que mientras más simpatizamos y nos identificamos con el
narrador, más aceptamos su condena de nosotros.
A otro personaje
Más específicamente, la historia puede estar contada a otro
u otros personajes, en cuyo caso los lectores somos una especie de mirones; el
que cuenta no nos reconoce ni por suposición. Así como narrador-autor que
cuenta la historia en tercera persona es teóricamente más impersonal que el
personaje que cuenta mi historia en primera persona, el lector es teóricamente
un receptor más impersonal que cualquiera de los personajes del cuento. He
dicho teóricamente porque, sobre todo tratándose del Punto de vista, más que de
ningún otro elemento de la estructura narrativa, cualquier regla que se trate
de imponer parece más la invitación a violarla hecha a un autor creativo.
En la novela o cuento epistolar, la narración consiste
íntegramente de cartas escritas por un personaje para otro.
Yo, Mukhail Ivanokov, maestro del mesón de
la aldea de Ilba en la República Soviética de Ucrania, le saludo y pido
clemencia, Charles Ashland, comerciante petrolero de Titusville, Estados
Unidos. Estrecho su mano.
O la convención puede ser un monólogo, dicho en voz alta por
un personaje, para otro personaje:
¿Me permitiría, Monsieur, ofrecerle mis
servicios? Si no le molesto, naturalmente. Mucho temo que ni pueda usted
hacerse entender por ese estimable gorila que maneja este bar. No habla más que
holandés. Y si usted no me permite ayudarle, nunca comprenderá que desea usted
un gin.
(Albert Camus, La caída)
Una vez más las posibilidades son infinitas; el narrador
puede hacer una confesión íntima a un amigo, a una amante, o puede presentar el
caso ante los tribunales o ante un grupo de personas; puede estar escribiendo
un informe muy técnico sobre la situación asistencial, adecuado para ocultar
sus propios sentimientos; puede estar exprimiendo su corazón en una carta que
él sabe que nunca enviará.
En cualquier caso, la convención adoptada siempre será
contraria que cuando se cuenta la historia al lector. El oyente, al igual que
el narrador, está inmerso en la acción; la convención no dice lo que son los
lectores, sino lo que no son: somos espías, con toda la ambigua intimidad que
esto supone.
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