224. Diario de un escritor emérito

Con N

"Yo tenía veinte años. No permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida".

Paul Nizan

30 de octubre

   ¿Por qué, cómo, para qué comencé a escribir?
   Estas preguntas son o eran frecuentes. Un escritor alcanzaba una cierta visibilidad y en las entrevistas y encuestas se las endilgaban (Endilgar: María Moliner, tercera acepción) como si tal cosa.
   Durante muchos años no supe muy bien qué contestar, qué decir. La forma más sofisticada de la interrogación era cuando te pedían que contaras un episodio de iniciación. Yo, entonces, inexorablemente, balbuceaba, por no decir que decía cualquier cosa.
   Hoy, muchos años después, cuando creo que mi obra está terminada y siento que no tengo ninguna clase de obligaciones en función de escribir, de haber escrito o de volver a escribir, lo sé: empecé a escribir para blindarme, para construir algo con mi vida, para dejar de balbucear (y no sólo ante preguntas tan retóricas como esas). Creo que fue Sartre quien dijo que lo importante no es que te haya tocado una vida de mierda sino que lo importante es qué hacés con la vida que te ha tocado.
   Por eso, sí, lo sé, estoy casi segur seguro, o me parece: hoy no balbuceo.
   Yo tenía que zafar de una infancia devastadora, de una adolescencia desconcertante y penosa y, un poco más adelante, de una una juventud apasionada y caótica.
   Por eso empecé a escribir.
   Y es probable que por eso siga escribiendo aun cuando ya no publique lo que escribo. Porque la madurez no te rescata del sin sentido de la mayoría de las cosas. Y menos de la realidad.

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