148. Apostillas: Diarios de escritores y el arte de narrar *

León Tolstói (1828-1910) por I.E. Repin, 1909


          Todos mienten, dice House hablando de sus pacientes. Y yo digo: todos los que escriben memorias y autobiografías mienten. No digo que lo hagan deliberadamente. O por lo menos no en todos los casos. El problema es que la memoria miente. Y a veces tergiversa, la memoria, deliberadamente o no, el papel de cada uno en los hechos pasados. Soy un escritor de ficciones y amo las buenas ficciones: cuentos, relatos, novelas. Pero en los últimos tiempos he comenzado a pensar que es quizás en los diarios de escritores donde a veces se encuentran las mejores y más estimulantes ficciones o esbozos de ficciones. Y un despliegue ilustrado del arte de narrar.
          Recuerdo por ejemplo los diarios de Tolstoi, Kafka, Pavese, y ahora el de Piglia que anticipó fragmentos en Babelia, el suplemento literario del diario El País de España, creo que en 2011.
          Inevitable también mencionar casi al azar las Bitácoras de Cristóbal Colón, los breviarios de Leonardo, los diarios de Stendhal y de Mansilla, el breviario de Schubert, los diarios de Anäis Nin y Peter Handke, las notas y cartas de Chandler, los diarios estremecedores y luminosos de John Cheever y el diario de sueños de Graham Greene entre otros, con perdón de mi memoria tan falible como todas las memorias. Ahora cito como una especie de lector saltimbanqui.

*

            * Tolstoi:

          “Después pensé en un cuento sobre un hombre que siempre ha buscado lo bueno de la vida en la ciencia y en la familia, y en el monasterio, y en el trabajo y en la simpleza de espíritu, y que muere con la conciencia de una vida perdida, vacía, fracasada. Él sí es un santo”.

          “Murió a las 3. Lo lamento mucho. Lo quise mucho”.

          “Ella es definitivamente digna de compasión y muy difícil. Hace un momento, en la tarde, se puso a hablar de las fotografías, desde su enfermizo punto de vista, es obvio. Yo intenté mantenerme al margen. Y me fui”.

Franza Kafka (1883-1924)


          * Kafka:

          “Comenzó una carrera en los bosques. Todo estaba lleno de animales. Intenté restablecer el orden”.

          “Don Quijote debió emigrar, toda España se reía de él, no podía permanecer allí. Viajó a través del sur de Francia, donde encontró de vez en cuando gente amable, con la cual trabó amistad, cruzó en medio del invierno con esfuerzos y sacrificios grandes los Alpes, marchó después por la llanura baja de Italia, donde sin embargo no se sintió bien, y finalmente llegó a Milán”.

          “Hace unos días, Leonie Frippon, cantora del “Stadt Wien”. El peinado era una masa contenida de rizos. Mal corsé, vestido muy viejo, pero muy bonita con sus ademanes trágicos, el aleteo de los párpados, esa manera de echar hacia afuera las largas piernas, los movimientos de los brazos a lo largo del cuerpo, bien estudiados, la significativa rigidez del cuello en los pasajes de sentido ambiguo. Cantó : Colección de botones en el Louvre”.

Cesare Pavese (1908-1950)


          * Pavese:

          “Ella que escapa siempre, voluble, de la compañía; se levanta de la mesa, interrumpe conversaciones, va al teléfono, etc., y a quien le echa en cara sus deberes, le responde: “La culpa es tuya, que no sabes interesarme y obligarme a estar sentada”.

          “¿Qué  hay en suma en mi idea fija de que todo consiste en el secreto y amoroso “en sí” que cada criatura ofrece a quien sabe penetrarla? Nada, porque jamás pude realizar esa amorosa comunión”.

          “Todo esto da asco.
          Basta de palabras. Un gesto. No escribiré  más”.

Ricardo Piglia (1941)

          * Piglia:

          “Había dejado de tomar alcohol y tenía pequeñas perturbaciones que me producían efectos extraños. No lograba dormir y en las noches de insomnio salía a caminar por las calles vacías. El pueblo parecía deshabitado y yo me internaba en los barrios oscuros, como un espectro. Veía las casas en la claridad de la noche, los jardines iguales: oía el rumor del viento entre los árboles”.

          “Hay un mendigo que pasa la noche en el estacionamiento del restaurant Blue Point, al fondo de Nassau Street. Tiene un cartel en el pecho que dice: “Soy de Orión” y viste un piloto blanco abotonado hasta el cuello. De lejos parece un enfermero o un científico en su laboratorio. Ayer, cuando volvía de una de mis caminatas nocturnas, me detuve a conversar con él. Ha escrito que es de Orión por si aparece alguien que también es de Orión. Necesita compañía. “Sólo personas de Orión, Monsieur”, me dice. Cree que soy francés y no le he desmentido para no cambiar el curso de la conversación. Al rato se queda en silencio y después se recuesta en el alero y se duerme. Tiene un carrito de supermercado en el que lleva todas sus pertenencias”.

          “Creo que me adormecí porque me despertó el teléfono y alguien que conocía mi nombre y me llamaba Profesor con demasiada insistencia, se ofreció a venderme cocaína”.

*

          Por todo lo dicho, lo dicho: La ficción y los diarios de escritores y artistas son la materia esencial de la literatura. Si existe la verdad o algo parecido a la verdad está en la ficción. Y en el arte de narrar en un cuento o en una novela. Y en los diarios de escritores.
* Esta nota se publicó por primera vez en el blog de Telam hace un par de años.

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