Pero cuando llegó, Sivori, a Hermann, el martes pasado casi no pudo abrir la puerta. Era la una menos cuarto del mediodía y diluviaba. Él no no se había mojado mucho porque sólo debió caminar unos cien metros al amparo en general de marquesinas y para evitar la inundación de la esquina de Armenia y Santa Fe fue hasta la mitad de cuadra por Armenia. El restaurante, salvo un hombre que comía en un apartado, estaba vacío y a él, Manolo Barral, el dueño, le indicó que se sentara en la única mesa con ventana sobre Santa Fe.
Quienes lo ocupaban todo eran un equipo del suplemento Ollas y Sartenes del diario Clarín que sale los miércoles: un fotógrafo, un iluminador, un asistente y dos cronistas. Trabajaban para una sección en la contratapa de ese suplemento que se llama El elegido de la semana o más o menos eso. Se habían hecho preparar algunos platos para fotografiarlos además de las vistas generales y particulares del salón: riñoncitos al vino blanco, hígado a la veneciana, revuelto Gramajo... Todo eso, pensó, Sivori, para una nota que con suerte tendría media página en la contratapa del suplemento y estaría ilustrada con una o dos fotos.
Pero no fue esto lo que más le interesó sino observar, pensando en su propia película, de qué manera ocupaba el local un pequeño equipo y se le ocurrió que él no necesitaría mucho más que eso: una cámara, luces, sonido, Florencia Dillon, María Lanús -que se mostraba cada día más apta- y él mismo. Se sintió reconfortado. Y pidió unos ravioles a la manteca.
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