68. Hermann VII


   Es un miércoles al mediodía. Florencia Dillon, la hija de Dippy -que fue el productor de las películas de Sivori hasta que murió por una ingesta masiva de cocaína- pide una milanesa a la napolitana y un balón. Él pide una milanesa de pollo con una papa hervida, aceite de oliva y un imperial. Le da un poco de envidia no animarse nunca a pedir una milanesa a la napolitana. Florencia se echa para atrás un mechón de pelo negro que le cae sobre la cara y le dice, a Sivori, que las islas de Uruguay están descartadas por toda una serie de autorizaciones que habría que gestionar y que llevarían por lo menos seis meses. Benito, el mozo carrilero por el pasillo más cercano a la calle Armenia, les trae las tostadas, el aceite de oliva y las cervezas.
   ¿Y Julio Chávez?, dice de pronto Sivori.
   Florencia se interrumpe en la mitad de lo que está diciendo y lo mira:
   Pero si siempre dijiste que Julio Chávez es poco más que un concepto.
   Sí, bueno, no sé, se me ocurrió de repente. Capaz que si me esfuerzo lo consigo y hace del fugitivo y no de Julio Chávez.
   En principio, entonces, ya tendríamos a Julieta Cardinali para Faustine, a Chávez para el venezolano...
   En la película no va a ser un venezolano.
   Ya sé. Es una manera de decir. ¿Y para Morel?
   Él sopa la miga de una tostada en un poco de aceite de oliva con sal. Hay muy poca gente y nadie, por suerte, que Sivori conozca. La noche anterior, que había ido a comer solo, estaba uno de esos escritores que son demasiado lindos, nunca se ríen, muy intelectuales y un toque femeninos aun cuando no quieran que se los vea femeninos. Hablaba, el escritor, como si estuviera enunciando una teoría incomprensible, con una víctima, o con alguien que no tenía más remedio que escucharlo, o con una presa.
   Morel, repite Sivori... Morel... ¿Quién carajo podría hacer de Morel?
   Florencia corta el primer bocado de su milanesa a la napolitana y sigue por su andarivel:
   Así que volví a pensar en el Delta...
   Él dice que no con la cabeza.
   Y también pensé en...
   Produce, Florencia, una pausa deliberada para que Sivori le preste más atención:
   Pensé en Martín García.
   Bueno, eso ya es otra cosa.
   Y pensé también en por qué tiene que ser una isla y no una playa desierta de mar, ponele los médanos que hay entre Villa Gesell y Pinamar.
   Sivori todavía no ha probado su milanesa de pollo. Tiene un trozo en la punta del tenedor y el tenedor en el aire.
   Además, dice Florencia, María quiere trabajar conmigo.
   ¿María?
   María, sí María.
   María Lanús era la chica que hace algunas semanas buscaban una mujer primero y después un hombre a los que se les había ocurrido que para encontrarla debían hablar con Sivori porque ella había sido alumna suya en un seminario sobre cine europeo.
   Ad honorem. Meritoria, dice Florencia, como empecé yo. Está harta de desfilar, de viajar, de toda esa vida, y le gustaría probar con el cine.
   María Lanús es, hoy, la novia de Florencia Dillon. Pero él todavía no la conoce, no la vio nunca, y sólo sabe que es una modelo que recién vuelve de realizar una campaña para Armani en Moscú.
   Una playa, dice Sivori, y se lleva el tenedor a la boca. Las ideas más simples son casi siempre las mejores.
   Benito, el mozo, parado de espaldas a la barra, mirá el salón, otras mesas, los mira a ellos y sigue hojeando el Clarín. Manolo, el dueño, habla por teléfono: pide cerveza. La cerveza tirada de barril es uno de los pivotes de Hermann.
   

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