Otra noche sonó el teléfono. Él se había dormido viendo y no viendo The Golden Bowl (James Ivory, 2000) en TCM sobre el libro de Henry James con Nick Nolte, Anjelica Huston, Uma Thurman y gran elenco. Se despertó. Se preguntó si quería atender o no. Decidió que atendería según quién lo llamara. Estiró el brazo, tanteó en la cama buscando teléfono y vio que era Florencia.
Hola.
¡Hola! ¡Qué suerte que te encuentro! Tengo que hablar con vos.
Bueno...
¿Me escuchás? Tengo que hablar con vos...
Sí, de acuerdo. Te llamo mañana y arreglamos.
No te hagás el boludo, Sivori. Ahora tengo que hablar con vos.
*
Anexo
Florencia es la hija de Dippy Dillon, que fue amigo y productor de las películas de Sivori y que murió, por una ingesta masiva de cocaína, hace un par de años. Desde entonces Florencia se las ingenió para que Sivori la adoptara, la apañara, fuese, para ella, algo así como otro padre. De este modo se fraguó entre ellos un lazo en ese orden y él hizo lo que pudo con Florencia, con su cariño y con sus caprichos, con sus rarezas y con su transgresiones, y los dos han tenido en claro que precisamente por el lazo que los une lo único que queda afuera de ese vínculo es el deseo, ya que los dos saben que el deseo siempre circula, merodea, traza meandros en todas las relaciones posibles. No fue fácil. No fue fácil para Sivori y para la hija de Dippy adoptó la forma de un juego más. Maltratarlo o seducirlo fueron los correlatos pero en todo momento, ella, Florencia Dillon, adoró a Sivori y alguna vez le dijo, mientras tomaban Fernet, que ella intuía que las cosas no serían así toda la vida. Y cuando él le preguntó qué quería decir ella repuso: De cojer, Sivori, hablo de cojer.
Hoy Florencia Dillon tiene 24 años, acaba de regresar de una estadía de varios meses en Bruselas donde mantuvo algo así como un trío con Carola Holms y con Simone Borghini, dos amigas, si se quiere, de Sivori, y ya de vuelta en Buenos Aires se decidió -por insistencia de su madre- a vender el departamento de su padre, a guardar y sellar todos los archivos que encontró, a comprarse un departamento más chico en la Plaza República de Chile, a dos pasos de Tagle y Libertador, por un lado, y a dos pasos, por otro lado, de Grand Bourg. Y también vendió, ella, el auto de su padre, un BMW chico y que tenía ya unos años pero que no era para ella, como una tarde, no hacía mucho, le había dicho a Sivori, y se compró un Honda Fit negro. El dinero que le sobró lo puso, literalmente, debajo del colchón.
Y si bien en principio el autor tuvo dudas en incorporar a Florencia Dillon a esta historia, por fin le pareció que resolvía varios problemas técnicos, digamos, y la hizo entrar, en el bien entendido de que tampoco ella es al pie de la letra el personaje que protagoniza "Cine", la última novela del autor. En la medida en que todo es imaginario la ficción puede darse libertades que a la realidad le están prohibidas.
*
Entonces le dijo a Florencia que sí, que estaba bien, que se veían en un rato, y le preguntó si en su casa o en la casa de ella. Florencia le dijo que en la casa de ella.
Cortaron.
Sivori miró la hora en el teléfono. Leyó dos mails que le habían entrado mientras dormía. En la pantalla del televisor TCM ya no pasaba The Golden Bowl. Se levantó y se dio una ducha. Después bajó, sacó el auto del estacionamiento que está al lado de su casa y pensó cómo hacía para ir desde ahí hacia Libertador o, mejor, hacia Figueroa Alcorta.
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