Marguerite Duras
(Ho Chi Minh, Vietnam 1914-París, Francia 1996)
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Escribir: es lo único que llenaba mi vida y la hechizaba. Lo he hecho. La escritura nunca me ha abandonado.
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Puedo decir lo que quiero, nunca descubriré por qué se escribe ni cómo no sé escribe.
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Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es aullar sin ruido.
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Un libro abierto también es la noche.
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Estas palabras que acabo de pronunciar me hacen llorar, no sé por qué.
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No sé qué es un libro. Nadie lo sabe. Pero cuando hay uno, lo sabemos. Y cuando no hay nada, lo sabemos como sabemos que existimos, no muertos todavía.
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He insultado a gente en mis artículos y produce tanta satisfacción como escribir un buen poema.
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Yo me parezco a todo el mundo. Creo que nunca nadie se ha vuelto hacia mí por la calle. Soy la banalidad. El triunfo de la banalidad.
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Aunque llorar es inútil, creo que, con todo, es necesario llorar. Porque la desesperación es tangible. Permanece. El recuerdo de la desesperación, permanece. A veces mata.
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Escribir.
No puedo.
Nadie puede.
Hay que decirlo: no se puede.
Y se escribe.
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Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. Eso o nada.
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La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir.
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Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, nunca se escribiría. No valdría la pena.
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La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.
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