230. Apostillas: Frases inolvidables de Borges (y II)

Jorge Luis Borges
(Buenos Aires 1899-Ginebra 1986)

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Todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, han sido prefijados por él. Así, toda negligencia es deliberada, todo encuentro casual una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas.

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Ordenar bibliotecas es ejercer de un modo silencioso el arte de la crítica.

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Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno.

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Yo había comprendido hace muchos años que no hay cosa en el mundo que no sea germen de un Infierno posible; un rostro, una palabra, una brújula, un aviso de cigarrillos, podrían enloquecer a una persona, si ésta no lograra olvidarlos.

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Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones.

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Sentí lo que sentimos cuando alguien muere: la congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado ser más buenos.

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Sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece.

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Todas las palabras fueron alguna vez un neologismo.

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Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son El Quijote, La Divina Comedia y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente.

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La venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.

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Si se hubiesen reconquistado las Malvinas, posiblemente los militares se hubiesen perpetuado en el poder y tendríamos un régimen de aniversarios, de estatuas ecuestres, de falta de libertad total.

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El francés no me gusta, el sonido nasal no me gusta. Schopenhauer decía que el francés es el iItaliano pronunciado por una persona resfriada.

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Cuando nuestras ideas chocan con la realidad, lo que tiene que ser revisado son las ideas.


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