Con D
"La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida".
Marguerite Duras
3 de noviembre
Lo dicho: creo que empecé a escribir para dejar de ser un huérfano, un desterrado, un alma arrasada. Escribir te blinda y te ayuda a estar en el mundo con una tarea clara aun cuando quizás, a casi nadie, le interese esa tarea.
¿Cuántos miles de escritores chinos, norcoreanos, australianos, búlgaros, armenios, checos, eslovenos y así siguiendo no conocemos? Por eso pretender trascender con nuestros libros es un exceso de vanidad o de pedantería. Es no aceptar o no entender que la escritura es algo privado que te permite dejar de balbucear porque construye una lengua propia en la que a lo mejor, con suerte, lográs hacerte entender.
Para pensar en una obra prodigiosa (la que se te ocurra, El proceso, pongamos), la mejor manera es no proponérselo. Estoy seguro de que Kafka murió creyendo que desde el punto de vista de ese deseo había fracasado. Pero escribir le permitió, en vida, ser judío, ponerse a salvo de su padre, y escribir un gran diario y conmovedoras cartas de amor.
La posteridad no sirve para nada.
La posibilidad consagración de una obra una vez muerto el escritor es, para el escritor en vida, incomprensible. La muerte funcionaría entonces como una especie de santificación ya que el escritor está a salvo de las polémicas que lo relegaron y una especie de ecuanimidad llegaría a bendecirlo con algo así como el triunfo del beneficio de la duda y los disturbios que atravesó el escritor en vida.
Por eso no hay que desear nada.
Sólo se trata de blindarse. De escribir. Y de vivir en paz.
Nunca faltan los intuitivos, no inteligentes, que saben cómo tropezar con glorias en vida. Esas son las obras que en la posteridad no encontrarán más que otras confusiones.
Yo ya no quiero otra cosa que escribir lo que se me da la gana y no me importa si se lee o no. Pero quiero ser más claro porque sé que a muchos escritores jóvenes estas confesiones los desalientan o los irritan. Nunca dejaré de escribir porque si existe el destino, el destino de un escritor es escribir. Como dibujar y pintar fue el destino de Picasso, que murió con un lápiz en la mano y papeles a su lado sin dejar de dibujar. Entonces ya no hace falta blindarse.
Como sea, la conjura de los necios no dejará de existir mientras vivas.
Y eso es todo.
Lo dicho: creo que empecé a escribir para dejar de ser un huérfano, un desterrado, un alma arrasada. Escribir te blinda y te ayuda a estar en el mundo con una tarea clara aun cuando quizás, a casi nadie, le interese esa tarea.
¿Cuántos miles de escritores chinos, norcoreanos, australianos, búlgaros, armenios, checos, eslovenos y así siguiendo no conocemos? Por eso pretender trascender con nuestros libros es un exceso de vanidad o de pedantería. Es no aceptar o no entender que la escritura es algo privado que te permite dejar de balbucear porque construye una lengua propia en la que a lo mejor, con suerte, lográs hacerte entender.
Para pensar en una obra prodigiosa (la que se te ocurra, El proceso, pongamos), la mejor manera es no proponérselo. Estoy seguro de que Kafka murió creyendo que desde el punto de vista de ese deseo había fracasado. Pero escribir le permitió, en vida, ser judío, ponerse a salvo de su padre, y escribir un gran diario y conmovedoras cartas de amor.
La posteridad no sirve para nada.
La posibilidad consagración de una obra una vez muerto el escritor es, para el escritor en vida, incomprensible. La muerte funcionaría entonces como una especie de santificación ya que el escritor está a salvo de las polémicas que lo relegaron y una especie de ecuanimidad llegaría a bendecirlo con algo así como el triunfo del beneficio de la duda y los disturbios que atravesó el escritor en vida.
Por eso no hay que desear nada.
Sólo se trata de blindarse. De escribir. Y de vivir en paz.
Nunca faltan los intuitivos, no inteligentes, que saben cómo tropezar con glorias en vida. Esas son las obras que en la posteridad no encontrarán más que otras confusiones.
Yo ya no quiero otra cosa que escribir lo que se me da la gana y no me importa si se lee o no. Pero quiero ser más claro porque sé que a muchos escritores jóvenes estas confesiones los desalientan o los irritan. Nunca dejaré de escribir porque si existe el destino, el destino de un escritor es escribir. Como dibujar y pintar fue el destino de Picasso, que murió con un lápiz en la mano y papeles a su lado sin dejar de dibujar. Entonces ya no hace falta blindarse.
Como sea, la conjura de los necios no dejará de existir mientras vivas.
Y eso es todo.
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