Wingham, Canadá, 10 de julio de 1931
Premio Nobel de Literatura 2013
Por Lisa Allardice
The Guardian & Vida Real 3.0
Derechos reservados
En esta entrevista Alice Munro revela con la entereza y la sencillez que ya le son conocidas una infancia atormentada, una iniciación no demasiado feliz, y el comienzo de su escritura casi como una actividad clandestina mientras las hijas de su primer y segundo matrimonio dormían la siesta. Es sabido que Munro atribuye esta escasez de tiempo para justificar el haber escrito sólo cuentos, catorce libros de impacto directo que atraviesan su juventud y su experiencia hasta los años '80 y construyen una obra conmovedora y admirable con los temas de todos los días.
Decir que Alice Munro inspira devoción entre sus lectores es
más que un cliché. Para Margaret Atwood es “una santa literaria internacional”.
Para la revista New Yorker, que publica sus relatos desde los años 70, es “una
bendición”. Tras años de consternación respecto a “por qué su excelencia excedía su fama”, como dijo el escritor Jonathan Franzen en un artículo publicado en
2004 por The New York Times, sus admiradores por fin pueden estar satisfechos:
Munro es Nobel de Literatura.
Su hija Jenny viajará a Suecia el próximo martes 10 para asistir
por ella a la ceremonia de entrega porque Munro, de 80 años, no está en
condiciones de viajar. Es la decimotercera mujer y la segunda canadiense que
recibe el premio.
“Ya no puedo seguir escribiendo. Dentro de dos o tres años
voy a ser muy vieja y estaré muy cansada”, dice Munro a The Guardian, en una
entrevista realizada en el pueblo de Goderich, donde ha vivido y sobre el cual
ha escrito casi toda su vida: “¿Cuánto de mi vida he pasado aquí, qué otra cosa
podría haber hecho?, se pregunta. Siento que sólo he vivido una parte de esta
vida y que hay otra parte que no he vivido.” Si se es admirador de esta
escritora, se estará al tanto de los problemas de la granja de zorros y de las
visones de su infancia en la época de la Depresión, de la casa al final del
camino y de la enfermedad de la madre –Parkinson– a los cuarenta y pocos años,
de la beca para la universidad, de su temprano casamiento con un estudiante
intelectual, de la maternidad muy joven y del divorcio. También se reconocerán
las marcas de la vergüenza y la culpa en todas las recopilaciones de cuentos, y van catorce.
“Crecí en una comunidad en la que había vergüenza”, dice, haciendo referencia a
su infancia rural presbiteriana escocesa-irlandesa, “y es probable que los
sentimientos sobre mi madre sean el material más profundo de mi vida”, señala,
y sigue: “En la infancia hay que apartarse de lo que la madre quiere y seguir
el propio camino y eso hice, me alejé de ella cuando más necesitada estaba,
pero sigo pensando que lo hice para salvarme.”
La enfermedad de su madre
significó que tuvo que hacerse cargo del trabajo de la casa y de sus hermanos
menores desde que tenía nueve años. Munro suele hablar en términos de huida,
ocultamiento y disimulo. Ya en ese momento encontraba un escape en la lectura,
pero no escribió nada durante mucho tiempo porque “me preocupaba que pudiera
ser decepcionante o malo”, asegura. La madre de Munro, ex docente, fue una
mujer dominante e insatisfecha que recorre su ficción. Su padre, si bien no
tenía reparos en darles una paliza a sus hijos, fue una figura más atractiva. “Era
adicto a los libros”, afirma la escritora. Si bien tuvo una infancia difícil,
Munro insiste en que no fue particularmente infeliz, y asegura que “tenía un
mundo privado”.
Más tarde obtuvo una beca para la universidad, se inscribió
en un curso de periodismo y pasó dos años felices en “un escondite del
fastidioso trabajo doméstico”: para cuando cumplió los veintiséis años, ya
tenía tres hijas. La segunda, Catherine, murió cuando tenía dos días. Una
cuarta, Andrea, nació nueve años después. “Por eso estuve bastante limitada ”,
asegura, y dice que leyó “todas las novelas europeas que había que leer”, así
como a los escritores góticos, cuya influencia es evidente en su trabajo.
Aprovechaba cada momento libre –“las siestas de las nenas eran muy
importantes”– para escribir, y sostiene que “ser ama de casa” y no tener que
preocuparse por un empleo ni por el ingreso le hizo posible escribir.
En 1961, después de haber publicado algunos relatos en
revistas, el Vancouver Sun publicó un artículo sobre ella titulado: Un ama de
casa encuentra tiempo para escribir cuentos. “Después de publicar mi segundo,
tercer y cuarto libros, las editoriales seguían esperando que escribiera una
novela, y yo sentía que estaba perdiendo el tiempo. Me apena no haber escrito
una novela, pero me alegra haber escrito todo lo que escribí, ya que hubo momentos
en que había muchas posibilidades de que nunca escribiera nada. Estaba
demasiado asustada”.
En 1968, a los 37 años, Munro publicó su primera recopilación, "La danza de
las sombras felices", con todos los relatos escritos en quince años. El segundo libro fue "La vida de las mujeres", que suele calificarse como su única
novela pero que ella describe como “una serie de relatos vinculados”. La flamante Premio Nobel cuenta
que tras un breve bloqueo, comenzó a escribir “sobre la familia y sobre la
propia historia sin importar lo que la gente dijera” y confiesa que obtuvo todo
el material necesario a los ocho años, cuando murió su madre.”
En 1973, su matrimonio se terminó: “Era lo que había que hacer”, dice. Tenía un tercer libro a punto de publicarse y había que ganar dinero, así que aceptó un trabajo como docente de escritura creativa en la Universidad de York, en Toronto, pero confiesa que “no era buena en eso”. Entonces se encontró con Gerry Fremlin, que había sido editor de la revista estudiantil cuando Munro estaba en la universidad y “tres martinis después”, cuenta, ya estaban juntos. Más de veinte años más tarde de escapar de la ciudad donde había pasado su infancia, volvió con Gerry para vivir a solo30
kilómetros y, a partir de ese momento, volcó su vida en
sus relatos. “Amo este paisaje”, dice, “empecé a recordar más cosas que habían
pasado aquí y a escribir relatos más rigurosos.” Sus historias se hicieron
menos personales, su prosa más simple, y su narrativa más compleja. Entonces
publicó sus primeros relatos en The New Yorker. Con los años, sus temas se
fueron ampliando: ya no hablaba de la relación madre-hija y aparecieron el amor
romántico y los hijos. A medida que su vida cambiaba, también lo hacían sus
cuentos, que dejaron de ser tan autobiográficos, para reflejar las
circunstancias.
En 1973, su matrimonio se terminó: “Era lo que había que hacer”, dice. Tenía un tercer libro a punto de publicarse y había que ganar dinero, así que aceptó un trabajo como docente de escritura creativa en la Universidad de York, en Toronto, pero confiesa que “no era buena en eso”. Entonces se encontró con Gerry Fremlin, que había sido editor de la revista estudiantil cuando Munro estaba en la universidad y “tres martinis después”, cuenta, ya estaban juntos. Más de veinte años más tarde de escapar de la ciudad donde había pasado su infancia, volvió con Gerry para vivir a solo
Alice Munro no tiene un cuarto propio, trabaja en un pequeño
escritorio en un rincón del living, siempre a mano, “tal como surge”, dice, y me
puede llevar hasta un año terminar un cuento, reescribo una y otra vez”. Sus relatos suelen transcurrir en el pasado, muchos en los años '60 y 70 porque “fue el
momento más turbulento e interesante que viví”, dice. Afirma tener “material de
sobra”, pero le preocupa no seguir el ritmo de la época en lo que se refiere a
la forma en que sitúa sus personajes.
“¿Cómo puedo seguir escribiendo si sé tan poco?”, se pregunta. Tanto sus relatos como su conversación reflejan su preocupación por las limitaciones impuestas a las mujeres. “Muchos me preguntan por qué no amplié mi perspectiva, por qué todo transcurre en el lugar donde crecí. No dicen que es ‘femenino’ –no se atreven-, dicen personal. Pienso que todo eso es basura, pero igual siento... ¿por qué no lo hice?”.
“¿Cómo puedo seguir escribiendo si sé tan poco?”, se pregunta. Tanto sus relatos como su conversación reflejan su preocupación por las limitaciones impuestas a las mujeres. “Muchos me preguntan por qué no amplié mi perspectiva, por qué todo transcurre en el lugar donde crecí. No dicen que es ‘femenino’ –no se atreven-, dicen personal. Pienso que todo eso es basura, pero igual siento... ¿por qué no lo hice?”.
No se disculpa por haber escrito en los breves ratos de los que
dispone una madre, y cuando se le pregunta por qué cree que sus relatos son
admirados, responde así: “Tal vez porque son historias con las que la gente se
identifica, o tal vez por las vidas que presento. Espero que sean una buena
lectura y que movilicen a la gente”.
Traducción: Joaquín Sabina Ibarburu
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